Leyendo al gran Pérez Reverte siempre me gustó una frase de su primera entrega del Capitán Alatriste, en la que afirmaba que la infancia era la patria de un hombre. Y así es, la infancia nos marca, nuestra personalidad no surge de la mente de forma espontánea, sino que por el contrario es una combinación de genes y de experiencias y en este sentido, la infancia es la época de nuestra vida en la que más aprendemos. De este modo he decidido que para comprender la figura y trascendencia de nuestra reina Isabel I. debemos aplicar esa combinación.
Empecemos por la genética. Isabel, es por parte de padre, una Trastamara. La casa Trastamara accede al trono de Castilla a mediados del Siglo XIV , derrocando a la legítima casa de Borgoña. Estamos ante la primera guerra civil castellana, Enrique II , respaldado por la nobleza castellana, acaba con la vida de su hermanastro, Pedro I, en la batalla de Montiel. Es el 23 de Marzo de 1369 y se pone fin así al reinado de la casa de Borgoña en Castilla y comienza el de la dinastía Trastamara, que regiría Castilla hasta la muerte de Juana I en 1555. Desde un punto de vista puramente legal, la sucesión al trono de Castilla estaba regulada por las partidas de Alfonso X, que establecían en la Ley Segunda, 15. 2 el derecho del hijo primogénito …”El nacer primero, es una señal de amor de Dios (a los hijos del rey), esto es, por tres razones: por la naturaleza, por la ley y por la costumbre; por la naturaleza porque se ama más al primogénito; por la ley según se prueba por el dicho de Dios a Abraham para que sacrificase a su hijo Isac; y por costumbre porque el hijo mayor ha de poseer el reino después de la muerte del padre. El señorío del reino se hereda por línea derecha; por tanto, cuando no hay hijo varón, hereda la hija mayor; si el mayor muriese antes de heredar, le sucederán sus hijos o hijas de legitimo matrimonio, y sino los parientes más cercanos que fueran capaces de ellos, no habiendo cometido falta por la que no debieren reinar”.
Resulta evidente que el ascenso al trono castellano de la casa de Trastámara se hizo, como dije antes a través de la usurpación, pues en primer lugar, Enrique II no era hijo legítimo de Alfonso XI ( fue el tercero de los diez bastardos que tuvo el rey castellano) y en segundo lugar, aunque contó con el apoyo de la mayoría de la nobleza castellana que realizó en su favor una ardua campaña de desprestigio de su hermanastro Ln rey Pedro I, al que apodaron el Cruel, y al que tachaban prácticamente de loco, no es posible considerar que las múltiples ejecuciones que ordenó el legítimo monarca castellano pudieran utilizarse por los partidarios de Enrique como falta que le impidiese gobernar y legitimara su ascenso al trono. Existe, por tanto, una mancha en origen de la casa Trastamara que resulta indefendible y que siglos después va a ser utilizada por los historiadores negrolegendarios para establecer un pecado de origen en la figura de Isabel La Católica. El argumento es, simplemente, insustancial, pues nadie es culpable de los pecados de sus antepasados, y a las personas, reyes incluidos, hay que juzgarlas por sus actos y no por los de sus antepasados.
Pero continuemos, Enrique II, fue conocido como Enrique el de las Mercedes debido a todos los favores que tuvo que pagar a la nobleza por haberle reconocido como rey. Le sucedió su hijo Juan I.. Este siguió otorgando favores a la nobleza, algo que continuaron haciendo sus descendientes como una necesidad para mantenerse en el trono. Juan I tuvo dos hijos, Enrique III y Fernando. El primero, por ser hijo primogénito, heredó el trono castellano, contrayendo matrimonio con Catalina de Lancaster, nieta de Pedro I, en un intento de reconciliación de la dinastía usurpadora con la legítima casa de Borgoña. El reinado de Enrique III se caracterizó por la poca personalidad del monarca, desembocando en una fuerte anarquía. Su hermano Fernando se convertiría en regente del reino a su muerte, pues el primogénito de Enrique III, su hijo, Juan II tenía un año de edad al morir su padre. Un hecho curioso de esta regencia, es que fue compartida por su madre, Catalina y su tío Fernando. Durante este periodo de regencia, Fernando intenta una cruzada contra el reino nazarí de Granada y se esfuerza en mitigar la influencia de la nobleza castellana en la Corte, ambas labores resultaron infructuosas. Mientras tanto, el pequeño Juan crece muy unido a su madre en el Alcázar de Segovia, con el miedo constante a un secuestro y desarrollando una personalidad indecisa, inconstante y dependiente. A los 4 años conoce a Don Álvaro de Luna, quien entra como paje en la Corte pero con el que, rápidamente, y pese a la diferencia de edad (contaba con 18 años) establece una relación de amistad muy intensa. Algunos historiadores mantienen que en cierto modo Don Álvaro de Luna sustituyó la figura paterna y puedo afirmarse esto como cierto, pues las grandes decisiones de la Corona castellana van a ser tomadas con la supervisión y aprobación del que sería el Condestable de Castilla (Condestable de Castilla fue un título creado por el rey Juan I de Castilla para sustituir al de alférez mayor del Reino. En él recaía el mando supremo del ejército y tenía el derecho de llevar pendón, mazas y rey de armas. El condestable era el máximo representante del rey en ausencia del mismo). Juan II reino castilla durante 48 años (1406 a 1454) y fue un periodo convulso, marcado por las revueltas y el desorden. Ello unido a la voluble personalidad del monarca, quien apreciaba más la cultura, la literatura la música y los festejos, acrecentó la emergente figura de Don Álvaro de Luna. Dignos de una buena película o serie (lo que prefiera el lector) son los hechos conocidos como el Golpe de Tordesillas (1420) en el que el infante de Aragón Don Enrique, en un intento de dominar la Corona de Castilla, secuestra al Rey y lo mantiene cautivo en Talavera de la Reina. Es Don Álvaro de Luna, quien personalmente rescata al joven rey de su cautiverio, y tras tres años convulsos y no pocas maquinaciones y revueltas se logra acabar con el conflicto entre ambas Coronas, obteniendo Don Álvaro el título de Condestable de Castilla y convirtiéndose en la persona más influyente en la corte castellana. Don Álvaro, no solo aprovechó esta posición para su propio enriquecimiento, sino que fue leal a su rey y siempre intentó reforzar su posición. Entre otras cosas, buscó la unión con el vecino reino de Portugal, de manera que fuese aliado protector del reino en caso de que Navarra y Aragón buscaran intervenir en Castilla. Lo hizo en un momento crucial ya que tras la muerte de la primera esposa del rey, María de Aragón, y tras haber pedido ayuda a Portugal para vencer a los infantes de Aragón en la revuelta anteriormente descrita, se establece su segundo matrimonio con Isabel de Portugal. Isabel era una mujer de gran carácter y el inteligente movimiento de Don Álvaro de Luna, ponto se volvería en su contra pues la portuguesa no aceptaba la dependencia moral de su esposo con el Condestable, ni la decisiva posición de éste en la Corte, pues los veía como un peligro para la propia Corona. Este controvertido triángulo tendría un trágico desenlace que acabaría con el apresamiento, juicio y ejecución de Don Álvaro de Luna en Junio de 1453. Juan II de Castilla tuvo con Isabel de Portugal dos hijos, Isabel (nuestra Isabel) y Alfonso.
Una visión global de la genealogía paterna de Isabel La Católica nos otorga una perspectiva de unos reyes castellanos con escasa voluntad propia, dependientes siempre de la nobleza, más preocupados por los aspectos mundanos que de la gobernanza e incapaces de tomar grandes decisiones sin el consejo o aprobación de terceros. El más claro exponente de este rasgo, es el propio padre de Isabel, pues sin duda fue un rey que vivió influenciado en la temprana infancia por su madre, durante casi todo su reinado por Don Álvaro de Luna y al final de éste por su mujer, Isabel de Portugal. No pretendo dar al lector una imagen pusilánime de los sucesivos monarcas de la casa Trastámara, pues no sería justo con la historia dar únicamente esa imagen, pero si es cierto que fueron reyes en cierto modo volubles. Sin embargo, este aspecto genético en nada marcó a Isabel la Católica, más bien su figura representó todo lo contrario y más adelante explicaré el porqué.
Pasemos ahora a la rama materna. Como ya he dicho, su madre Isabel de Portugal, fue la segunda esposa de su padre Juan II de Castilla. Fue hija delInfante Juan de Portugal y de Isabel de Barcelos, nieta del rey Juan I de Portugal. Pertenecía por nacimiento a la casa de Avis. De ella poco sabemos hasta su llegada a Castilla, ni siquiera su fecha exacta ni lugar de nacimiento (solo conocemos que nació en 1428). Su figura ha trascendido a la historia por su supuesta enajenación mental, si bien ésta como la de su nieta Juana, no cabe considerarlas como ciertas en su totalidad. En primer lugar, porque si bien es cierto que tras la ejecución del Condestable Álvaro de Luna, la reina comenzó a experimentar determinadas visiones y episodios de alucinaciones y desorientación mental, resulta difícil de creer que se propusiera el matrimonio al Rey de Castilla con una infanta portuguesa que padecía una enfermedad mental, pues infantas casaderas en Portugal había más de una, por lo que cabría considerar que los problemas de salud mental de la Reina fueron sobrevenidos y no de nacimiento. Las crónicas nos trasmiten la imagen de una reina culta, virtuosa que no renunció a sus orígenes, rodeándose de sus damas de compañía portuguesas u una reina que hizo feliz a su marido, al que dio dos hijos. Sin embargo, la muerte del monarca, tras apenas siete años de matrimonio y la depresión post parto suponen en mi opinión la quiebra emocional que desencadenó la enfermedad mental que acompañó a la reina de por vida. Hoy en día convivimos con la depresión y determinados trastornos mentales con cierta normalidad pues los consideramos casi consustanciales con nuestra sociedad. Sin embargo, en la castilla del siglo XV no existía esa visión, fundamentalmente porque la medicina como ciencia apenas estaba despertando y por tanto hablar de sicología en las postrimerías del medievo era algo inimaginable. De ahí que cualquier desarreglo emocional fuera tachado de simple locura. Pensemos que Juana I de Castilla ha pasado a la Historia injustamente como Juana la Loca, cuando su única locura consistía en una celopatía no exenta de fundamento. Tras la muerte de su esposo el Rey Juan II de Castilla, Isabel se retira a Arévalo, junto con sus dos hijos, Isabel y Alfonso, y Enrique el primogénito del rey castellano, fruto de su primer matrimonio con María de Aragón, pasaría a ser rey de Castilla como Enrique IV. Se cumplía así con el derecho castellano establecido en las anteriormente aludidas Partidas de Alfonso X al heredar la corona el hijo primogénito.
Quien piense en la figura de una reina viuda encamada y delirante se equivoca. Podemos ver en las diversas crónicas históricas los desplazamientos que la reina viuda hace a fin de reclamar los derechos testamentarios de sus hijos a las villas de Cuellar y de Maqueda así como los suyos propios en la villa de Soria, lo que nos demuestra que fue una mujer tenaz, capaz de superar sus problemas de salud y anteponer a los mismos la educación y salvaguarda de los derechos de sus hijos. Junto con la reina viuda siempre estuvo su madre, Isabel de Barcelos, quien participó activamente en la educación de sus nietos. Mujer sufrida, contempló en vida las luchas intestinas por la sucesión en las Coronas de Castilla y Portugal y el deterioro de la salud mental de su hija, sin que eso lo apartara de lo que consideraba primordial, la educación de sus nietos.
Tenemos completado así el análisis genético materno y paterno de Isabel, y llama la atención que mientras por vía paterna tenemos un perfil de hombre influenciable y con cierto desapego a las cuestiones de gobernanza, por vía materna tenemos un perfil de mujer con personalidad marcada, que prioriza las cuestiones de la Corona y que intenta apartar de la Corte a las influencias que considera negativas. Cierto es que Isabel, apenas conoció a su padre pues tenía tres años de edad cuando éste falleció así que la influencia directa de éste en la personalidad de Isabel es prácticamente nula por lo que solo queda la genética. Sin embargo con la madre todo es distinto, Isabel convivió con su madre en Arévalo hasta los once años ya que fue llamada por su hermano Enrique a la Corte de Segovia en 1461, por lo que la influencia materna en la infancia de Isabel La Católica está fuera de toda duda. Además, son constantes los viajes documentados de Isabel para ver a su madre a veces sola a veces con el propio rey Fernando hasta la muerte de su madre en Arévalo en 1496. Resulta fácil concluir que la genética paterna poco influyó en la figura de Isabel I de Castilla y del mismo modo se puede afirmar que por el contrario si se observa cierta influencia genética materna en la figura de la reina católica.
Como comenté en las primeras líneas de este modesto análisis, nuestra personalidad la marca no solo la genética sino las experiencias y sobre todo las experiencias vividas en la infancia. Resulta obligado dado lo que hemos analizado hasta ahora el exponer que experiencias y personas influyeron en la vida de la pequeña reina que sería germen de un personaje cardinal en la Historia de la huma
Tenemos que volver a la pequeña villa de Arévalo, en pleno corazón de Castilla, en este pueblo abulense transcurren los primeros años de Isabel. Si bien es cierto que su madre y su abuela fueron las encargadas de su educación, no es menos cierto, que Isabel, al ser mujer, recibió una primera educación un tanto distinta a la de su hermano, pues pese a ser mayor que él no olvidemos que la mujer tenía un papel secundario y fundamentalmente dirigido a consolidar reinos y dinastías a través de matrimonios elegidos. Podemos afirmar que a los 10 años Isabel sabía leer, escribir, algo de cálculo, doctrina cristiana, castellano, portugués y danza, recibió una educación relacionada con el gobierno del hogar y aprendió el valor del dinero. Su preceptor fue Fray Juan de Tolosa y su nodriza María Lopes. También forjó en esta Corte una estrecha relación con los franciscanos que le sirvieron de guías espirituales y culturales Pero si verdaderamente queremos analizar la infancia de Isabel y descubrir quienes la ayudaron a forjar su carácter debemos en primer lugar, con carácter obligado, referirnos a Don Gonzalo Chacón. Gonzalo Chacón es un personaje que aparece ligado a la Corte Castellana ya en tiempos de Juan II. Es de esa clase de hombres que no ansía el poder y que nace con vocación de servir. Así las primeras crónicas le sitúan con dieciocho años como mayordomo de Don Álvaro de Luna. Debió de existir con el Condestable franca relación pues permanece junto a él la víspera de su ejecución y es nombrado comendador de Montiel por el propio Alvaro de Luna. Don Gonzalo Chacón es encarcelado por el rey Juan II debiendo su padre tomar posesión de la villa de Montiel. Tras la muerte de Juan II y la llegada al trono de su hijo y la animadversión del nuevo monarca a las personas que habían sido leales y cercanas a Don Álvaro de Luna, Gonzalo Chacón abandona la Corte y se traslada a Arévalo donde contraerá matrimonio con Clara Alvarnaez hija del alcaide y que formaba parte del séquito de Isabel de Portugal, Allí comprueba de primera mano las estrecheces que pasa la Corte pues las disposiciones testamentarias de Juan II en cuanto asignaciones económicas para Alfonso e Isabel no siempre fueron cumplidas por el rey Enrique IV (Su padre la dejó para su manutención la villa de Cuéllar con sus rentas y se añadiría la de Madrigal, cuando muriera su madre. Debía recibir además desde que cumpliese diez años hasta que contrajese matrimonio la renta anual de un millón de maravedíes, descontando lo que produjesen las rentas de Cuéllar y en su momento las de Madrigal). Austeridad es, por tanto, una de las características de la temprana infancia de la reina Isabel La Católica pues en época de escasez no cabe sino la prudente gobernanza y la austeridad como medios de paliarla. Es Gonzalo Chacón, mayordomo en Arévalo quien ayuda a mantener las modestas cuentas de la Corte y administrar los escasos recursos. No confundamos el término austeridad con el de pobreza , pues nos estamos refiriendo a una Corte y no a una simple familia castellana y como tal es necesario mantener no a los simples miembros de la familia sino al séquito de la misma y al mantenimiento del propio castillo. Asimismo, en Arévalo permanecía una pequeña guardia militar. Isabel se refirió en varias ocasiones a Don Gonzalo Chacón como “ mi padre” en una clara intención de suplir la ausencia de figura paterna por la temprana muerte del Rey Juan II. Es evidente que la lealtad de Gonzalo Chacón con Isabel la Católica fue referente en su infancia pues en una sociedad en la que la figura de la mujer era secundaria y para una niña huérfana de padre el encontrar un referente masculino en que depositar una confianza plena supuso una directriz futura consistente en el acercamiento a personas que como dije antes orillaran el afán de poder en pos de la voluntad de servir. Si una analiza la vida de Isabel la Católica y repasa las figuras de personajes como Gutierre de Cárdenas (sobrino del propio Gonzalo Chacón), Beatriz de Bobadilla, su esposo, Andrés Cabrera, Fray Hernando de Talavera o Beatriz de Silva llegará a la fácil conclusión de que el reinado de Isabel La Católica estuvo marcado por la sabia elección de consejeros y sirvientes.
En cuanto a la formación religiosa son los Franciscanos del Convento de Arévalo los que en esta primera infancia de Isabel se encargan de su formación religiosa. Así los ideales franciscanos de pobreza y caridad se engarzan en los primeros pensamientos de la infanta y se verán reflejados en numeroso actos de su vida. No olvidemos que en su testamento Isabel ordena ser enterrada con el hábito franciscano y en los Libros de Cuentas de Gonzalo de Baeza, su tesorero, se cuentan por centenares y casi a diarios las ordenes de limosna y las partidas para vestimenta de gentes de toda condición y lugar. En este mismo sentimiento de humildad en la fe encontramos a Beatriz de Silva, dama de la corte de la reina Isabel de Portugal y fundadora de la orden de las Concepcionistas Franciscanas. No es difícil pensar que en el tiempo de convivencia en la corte de Arévalo también fue un espejo para la pequeña infanta pues Beatriz de Silva era sin, duda la mujer más bella de la Corte y fueron innumerables las peticiones de matrimonio que recibió, sin embargo ella prefirió una vida consagrada a su Fe.
Llegamos al final de este primer capítulo que abarca los once primeros años de Isabel, su infancia y del que no existe una documentación muy cuantiosa en comparación con épocas posteriores, pues Isabel, no estaba destinada a ser Reina, ni tampoco su hermano Alfonso, y el centro de atención se encontraba en Segovia con el rey Enrique. Vemos, por tanto, una niña que queda huérfana de padre a temprana edad, que, crece feliz junto a su hermano en la pequeña villa de Arévalo, centrada en su educación, bajo el cuidado de su madre y de su abuela y con la imagen de un preceptor, Don Gonzalo Chacón, que hacía las veces, de mayordomo, contador y cuando era menester de improvisado padre. Es importante la descripción, porque mientras en la Corte de Segovia se compraban y vendían lealtades, intriga tras intriga, en la Corte de Arévalo las lealtades formaban parte del ser de las personas que en ella se encontraban. Y por otro lado, la formación religiosa de la pequeña Isabel, es na formación cercana al mensaje original de Jesucristo, una religión basada en la humildad, la caridad y la continua búsqueda de la Justicia. Muy distinta también a la religión de la Corte en Segovia, una religión en la que los obispos se compraban y vendían y que poseían ejército y haciendas propias. No olvidemos estas dos diferencias, pues son dos elementos que van a impregnar muchas de las decisiones políticas de Isabel en sus treinta años de reinado.
Lo dejamos aquí, con esa pequeña Isabel de apenas once años, que vive feliz en Arévalo y que, sin que ella se lo espere va a ser arrancada de su madre, y llevada a Segovia a la fuerza por orden del rey, su hermano Enrique. Pero esta niña de once años no va a ser la dócil niña que espera encontrar su hermano……….
Espero que les guste el artículo y lo difundan pues el conocimiento de la verdadera Historia es algo que más que nunca necesita la Hispanidad.
Escrito en Aranjuez a 5 de Octubre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
“ Y porque la Historia es luz de verdad, testigo del tiempo, maestra y ejemplo de vida, mostradora de la antigüedad, contaremos, mediante la voluntad de Diós, la verdad de las cosas, en las cuales verán los que esta historia leyeren, la utilidad que trae a los presentes saber los hechos pasados, que nos muestran en el transcurso de esta vida, lo que debemos conocer, para seguirlo y de lo que debemos aborrecer y huir”.
Con esta extraordinaria reflexión comienza Don Hernando del Pulgar su Crónica de los Reyes Católicos. Y es una reflexión que cualquier sociedad debiera de tener presente siempre, pues quien olvida su pasado está condenado a repetirlo, por lo que el estudio y análisis de la Historia, que a los ojos del mundo actual resulta algo aburrido e insustancial, es algo que no solo nos forma en nuestro aspecto cultural sinó también en el personal. Vivimos unos tiempos convulsos en el que la mediocridad de la clase política y el emergente deterioro cultural de las nuevas generaciones conduce, a quienes aun les queda cierta inquietud intelectual, a refugiarse en el pasado tratando de admirar a quienes lo forjaron.
Pero, querido lector, retomemos la historia donde la dejamos en el capítulo anterior. Recuerde que dejamos a nuestra Isabel, con apenas once años como Infanta de Castillo en la modesta corte de Arévalo ( utilizo el término de corte en un sentido amplio, aunque la Corte natural de Castilla estaba en Segovia, no es menos cierto que en Arévalo residía la reina consorte viuda de Castilla y por tanto a mi juicio su residencia merece tal título).
Isabel vivió en Arévalo, junto con su hermano Alfonso, desde el fallecimiento de su padre, cuando ella tenía tres años y Alfonso uno.
La manutención de la viuda y los infantes quedaba garantizada, como ya sabemos, por el testamento de Juan II. A Isabel de Portugal le correspondían las rentas reales de las villas de Soria, Arévalo y Madrigal. Para el infante Alfonso quedaba el maestrazgo de Santiago y los títulos de condestable de Castilla y señor de Huete, Escalona, Maqueda, Portillo y Sepúlveda, así como los pertenecientes a su madre, al fallecimiento de esta.
Isabel, por su parte, debía percibir una asignación de 200.000 maravedíes anuales hasta los 14 años de edad, cantidad que se cuadruplicaba, llegando a los 870.000 maravedíes, a partir de esa edad hasta su matrimonio. Además de esta suma, la infanta debía recibir las rentas reales de Medina del Campo cuando cumpliera 16 años. También se le entregó Cuellar y Madrigal hasta que se produjera su casamiento, añadiendo una suma de 1.000.000 de maravedíes como dote, aunque su hermano y rey Enrique IV no liberó los pagos a los que la ley le obligaba, haciendo la estancia de la Corte en Arévalo incómoda en algunos momentos. Como vimos en el capítulo anterior esta fue una circunstancia que marco a Isabel, ya que su reinado se caracterizó, entre otras muchas cosas, por la austeridad.
Durante estos siete años en Arévalo, alejados de la corte, se va forjando la personalidad de Isabel, en la que se observa una fuerte influencia de sus tutores, en especial de Gonzalo Chacón, personaje versado en las intrigas de la Corte al ser antiguo colaborador de Don Álvaro de Luna y que se encargó además de la Administración económica de la Corte en Arévalo.
Gonzalo Chacón podría definirse como un ajedrecista, un hombre, sensato, cabal, pausado, capaz de medir los tiempos en cada decisión tras un exhaustivo análisis de cada circunstancia. Es conocido el gusto temprano de Isabel en el juego del ajedrez y cabe suponer que Gonzalo fue uno de sus contrincantes favoritos. Cerramos los ojos e imaginemos a ambos trasladando a su tablero las intrigas palaciegas en las que se encontraban envueltos y poniendo nombre concreto a cada pieza y a cada movimiento……Gonzalo Chacón sería el primer alfil a lado de esa Dama blanca en que hemos idealizado a Isabel en nuestro imaginario tablero de ajedrez.
Gonzalo Chacón y su mujer están enterrados en Ocaña en la capilla de la Iglesia de San Juan. Sepulcro que se encuentra en un lamentable estado de abandono.
Beatriz de Bobadilla fue sin duda la mujer más cercana a la Reina tantos en estos primeros años en Arévalo como a lo largo de su vida, estando presente en el propio fallecimiento de la Reina. Persona, leal, cercana de toda confianza, compartió con ella, infancia, madurez y toda clase de avatares, incluso un intento de asesinato en Málaga, cuando fue confundida con la propia Reina por su agresor. Isabel, siempre generosa con sus leales, la concedió el Marquesado de Moya y el Señorío de Chinchón y bendijo su matrimonio con Andrés Cabrera. Sus restos yacen en la iglesia-panteón de los marqueses de Moya de Carboneras de Guadazaón, junto con los de su marido Andrés Cabrera.
La vida en Arévalo transcurría de una manera tranquila para los Infantes de Castilla, más preocupados en disfrutar de su infancia que en cualquier avatar político. Pero todo eso va a cambiar en 1461, cuando el Rey, ordena a los infantes que trasladen su residencia a la Corte de Segovia. Este es el hecho crucial en la vida de Isabel, el que marca su destino, ya que, como veremos más tarde, supuso el que una niña, una pequeña infanta de Castilla cuyo destino sería (como el de cualquier otra infanta a lo largo de la Historia) el de un matrimonio acordado que trajera al reino contraprestaciones económicas o de poder, se convertiría, primero en Princesa de Asturias y más tarde en Reina de Castilla. Es este un hecho que supuso la primera gran quiebra emocional de Isabel en su vida. No olvidemos que la muerte de su padre se produce cuando ella tiene apenas tres años y por tanto es algo de lo que difícilmente pudo tener consciencia, pero la débil salud mental de su madre motivó un gran apego entre ambas que se rompe de manera abrupta por el mandato del Rey. Tengamos también en cuenta que Enrique IV nació el 5 de Enero de 1425, es decir, que aunque hermano de Isabel, tenía 26 años más que la infanta, por lo que Isabel acude a la Corte de Segovia con el corazón roto y con el resquemor propio hacia su causante, al que podíamos decir que veía más como Rey que como hermano ( se utiliza en demasía el termino hermanastros para definir la relación entre Isabel y Enrique y esto a mi juicio no es acertado, pues Isabel y Enrique eran hijos del mismo padre y por tanto hermanos de sangre y su relación familiar debe de definirse como la de hermanos)
Resulta obligado, llegados a este punto, analizar el por qué se ordena ese súbito traslado de los infantes de Castilla. Como hemos dicho Enrique, primogénito del rey Juan II de Castilla nació en Valladolid el 5 de Enero de 1425. Fue educado desde pequeño para ser rey, pero no es menos cierto que se crio en una Corte en el que las decisiones eran más voluntad de los nobles o de su Condestable que designio del propio rey. Enrique IV es definido por las crónicas como persona de poco carácter, débil de salud ( no olvidemos que sus padres, Juan II y María de Aragón eran primos carnales lo que pudo influir en esa quiebra ). Ambas circunstancias hicieron que el joven príncipe tuviera más apego a su madre que a su padre lo que conllevó que para las decisiones importantes de la Corte l buscara siempre el apoyo de un fiel consejero. Si Juan II buscó siempre el brazo de Don Álvaro de Luna, Enrique IV buscará, en un primer momento, el brazo de Don Juan Pacheco, Marqués de Villena.
Con el fin de estrechar lazos con la Corona de Aragón se acordó el matrimonio del Príncipe Enrique con su prima Blanca de Navarra, hija de Juan, duque de Peñafiel, futuro rey de Aragón. La boda se celebró el 15 de septiembre de 1440, teniendo el príncipe quince años. Este matrimonio no pudo ser consumado como declararon por escrito con posterioridad los propios cónyuges, por lo que un matrimonio, que en principio fue concebido con la idea de estrechar lazos entre las Coronas de Castilla y Aragón resultó ser todo lo contrario. La incapacidad para engendrar hijos por parte de Enrique, la muerte de su madre en febrero de 1445 y el conflicto con los infantes de Aragón a los que el propio Enrique declaró la guerra el 29 de Marzo de 1444 dieron al traste en ese intento de acercamiento de las dos Coronas.
El 11 de mayo de 1453 Luis de Acuña, arcediano de Alcazarén y administrador apostólico de la sede vacante de Segovia, dictó una sentencia de nulidad del matrimonio entre Enrique IV y Blanca de Navarra en la que consideraba que el príncipe había sufrido un encantamiento que le impedía copular con su esposa pero no con otras mujeres (se tomó testimonio a algunas prostitutas que, manifestaron a ver tenido relaciones carnales con el aún príncipe aunque de acuerdo con las leyes del tiempo, las prostitutas no podían ser testigos). Esta sentencia no fue nunca ratificada por el Papa. Quedaba así el Príncipe libre para contraer nuevo matrimonio, pero a su vez quedaba manchado de por vida pues el rumor de su impotencia corría como la pólvora por toda Castilla. Como dije anteriormente, el aun príncipe confiaba su destino en Juan Pacheco, al que tras la batalla de Olmedo en 1445 (que puso fin a la contienda entre Castilla y Aragón) se le nombró en agradecimiento Marqués de Villena y a su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava. Pacheco, hombre hábil y conocedor del carácter pusilánime del futuro rey le recomendó estrechar lazos con la Corona de Portugal y para ello convino el matrimonio entre el aun príncipe Enrique y Juana, hija póstuma del Rey Eduardo I de Portugal y la infanta Leonor de Aragón. Las capitulaciones matrimoniales se firmaron el 20 de Diciembre de 1453.
La muerte de del rey de Castilla Juan II el 22 de Julio de 1454, convierte a Enrique en legítimo heredero de la Corona de Castilla en virtud del derecho castellano recogido en las Partidas de Alfonso X el Sabio que establecían al primogénito varón en la primera línea sucesoria. Se produce aquí un hecho curioso en relación a las capitulaciones matrimoniales. Con la excusa de modificarlas al haber sido firmadas cuando Enrique era Príncipe de Asturias y haber adquirido con posterioridad la condición de Rey de Castilla se introduce una frase en las mismas en orden a la legitimidad de Enrique para contraer nuevo matrimonio, textualmente se afirma ésta
“en virtud de letras apostólicas e procesos sobre ellas formulados”, en alusión al dudoso proceso de nulidad canónica de su anterior matrimonio. Sea como fuere, Enrique y Juana contrajeron matrimonio en Córdoba el 20 de Mayo de 1455, hay ya en Castilla nuevo rey, nueva reina y un primer ministro de facto, Don Juan Pacheco, marqués de Villena.
Pero detengámonos en la boda, Enrique y Juana, eran primos segundos, y por tanto necesitaban de una bula papal para contraer matrimonio. Era indispensable, por tanto, una doble dispensa pontificia, una sobre la sentencia de nulidad a fin de corroborarla y otra sobre el parentesco. La Real Academia de la Historia Española, conserva copia de una bula del 1 de diciembre de 1453, pero ésta no se incluyó en las capitulaciones y acta matrimoniales, como era uso y costumbre, y tampoco se ha encontrado el original ni el registro en el Vaticano. Además, el mencionado documento daba poderes a Alfonso Carrillo, Alonso de Fonseca y Alfonso Sánchez de Valladolid, obispos, para que, examinado el asunto, dispensasen si lo estimaban oportuno. No se tiene ningún testimonio de que dicho encargo fuera llevado a cabo. Estamos por tanto ante un matrimonio con más luces que sombras, y esta oscuridad será aprovechada por Isabel en un futuro no muy lejano. Pero esa es otra historia.
Sigamos en la boda. En Castilla era costumbre mostrar las sabanas manchadas después de la noche de bodas a fin de probar la consumación del matrimonio. Enrique IV consideraba bárbara esta tradición y se negó a cumplimentarla. La nueva reina tampoco traía dote y Enrique la suplió depositando cien mil florines de oro en un banco de Medina del Campo. Tengamos en cuenta que las partidas de Alfonso X recogían que la dote (así se definía a los bienes que aportaba la esposa al matrimonio) podía ser Adventitia, que significaba que era la esposa la que aportaba bienes propios o podía ser Profectitia cuando los bienes que aportaba la esposa al matrimonio procedían de parientes o terceros. Sin embargo, Juana vino con las manos vacías, lo que nos induce a pensar que existían desde el inicio serias dudas de la consistencia del matrimonio a celebrar y por ello no quisieron ponerse en riesgo los bienes de la portuguesa.
Estamos por tanto ante un rey con una aguda debilidad de carácter y con un matrimonio bajo sospecha de ilegitimidad desde su celebración, lo cual no era cuestión baladí, pues los hijos nacidos de un matrimonio viciado de nulidad no tenían derecho a la sucesión al trono según la Ley II, 15, 2 de las partidas de Alfonso X El sabio, que eran el cuerpo legal vigente en Castilla y cuyo cumplimiento juraban todos los reyes en el momento de su coronación. En estas circunstancias el Gobierno del Reino pasó a manos de los nobles, que, encabezados por Juan Pacheco, se erigieron en verdadera clase política.
Los comienzos de reinado, fueron positivos desde el punto de vista económico, debido a que se habían asignado a la corona en sus primeros años de reinado los ingresos de las Órdenes militares de Santiago y Alcántara, que se hallaban vacantes. Ello propició que el rey pudiera financiar una campaña contra el Reino musulmán de Granada, una campaña que basó en una guerra de desgaste y no una guerra de batallas a campo abierto, lo que no gustó a la nobleza, que le tachó de cobarde….y mientras tanto, el anhelado hijo del rey seguía sin llegar y los rumores de la impotencia del rey eran ya constante preocupación entre la nobleza castellana.
Para intentar limitar su poder, el rey, trató de compensar esta situación promoviendo a un grupo de jóvenes de mediano linaje, como Beltrán de la Cueva, Miguel Lucas de Iranzo, Juan de Valenzuela y Diego Arias Dávila, los cuales no dieron la talla. Los nobles, especialmente Pacheco, su hermano Pedro Girón y el arzobispo Carrillo, que temían verse desplazados, les combatieron eficazmente. Sólo Beltrán, nombrado mayordomo mayor y que ingresó por matrimonio en la Casa de Mendoza, pudo desempeñar un cierto papel político, aunque nada brillante.
El Rey, trató de acallar los rumores sobre su impotencia, manteniendo escandalosas relaciones con otras mujeres, Catalina de Sandoval y Guiomar de Castro, que llegaría a convertirse en condesa de Treviño. Esta última testificaría después contra Enrique afirmando de éste que era incapaz de completar la relación sexual. De estas relaciones tampoco hubo descendencia.
Y así, pasaron siete largos años, hasta el verano de 1461, en el que en una Castilla en la que el gobierno de la nobleza era un hecho consumado, se anunció, por fin, que la reina estaba embarazada. Con carácter inmediato el rey, apremiado por su esposa, ordena el traslado de sus hermanos a la corte de Segovia. Esta decisión, sin duda un enorme error táctico del rey, respondía al temor que el rey y su esposa tenían a que la nobleza conspirara contra los derechos sucesorios de su futuro descendiente. Y el temor era más que fundado puesto que como hemos expuesto anteriormente, existían serias dudas sobre la legitimidad del propio matrimonio, pero además existían más dudas aun sobre la propia paternidad del monarca castellano. Los nobles alineados en una Liga, encabezada por Pacheco, comenzaron a extender la idea de que el hijo que esperaban los reyes no había sido concebido por el monarca si no por su mayordomo mayor, Don Beltrán de la Cueva.
Y es en este momento crucial de la historia de Castilla, donde una pequeña infanta de apenas once años de edad, acompañada de su hermano pequeño Alfonso, y de un modesto séquito se instalan en la Corte de Segovia por orden de su hermano, a fin de evitar cualquier maniobra que pudiera utilizarlos en contra del rey y su futuro descendiente. El rey y su esposa, conscientes de las enormes dudas que pesan sobre su matrimonio y sobre su paternidad van a intentar acordar rápidamente matrimonios de conveniencia para los dos infantes. Isabel más tarde va a calificar los cuatro primeros años en la Corte de Segovia como un infierno.
Y es precisamente en las brasas de este infierno donde se forja la Reina más importante que ha dado la Historia Universal……..pero eso lo veremos en el próximo capítulo.
Escrito en Aranjuez a 12 de Octubre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
“Las obras de cada uno, han dado y darán testimonio de nosotros ante Dios y ante el mundo”.
La frase pertenece a un fragmento de una de las numerosas cartas que durante varios años escribió Isabel a su hermano el Rey Enrique IV. Es una frase que siempre me gustó, pues refleja la preocupación moral de quienes estiman que la mejor herencia que se puede dejar es el relato de las obras hechas en vida y, por tanto, todo lo que hacemos en esta vida tiene su eco en el futuro. Isabel, siempre tuvo presente este principio en sus actos y de este modo, sus decisiones estarán marcadas desde el inicio por los valores de la Justicia y la Fe. Y cuando digo desde el principio me refiero literalmente al principio de su reinado, pues como narraré en capítulos posteriores, la misma Isabel, cuando sale de la Iglesia de San Miguel en Segovia coronada como reina de Castilla lo hace precedida de una comitiva que encabeza Gutierre de Cardenas (que sería nombrado Contador Mayor del reino) con la espada en alto y asida por el filo como símbolo de Justicia.
Pero retomemos la historia donde la dejamos en el capítulo anterior. Alfonso e Isabel, con apenas diez y ocho años respectivamente, son separados ásperamente de su madre por orden directa del rey Enrique. Lo primero que cabe preguntarse es el porqué de esta decisión que en nada estaba condicionada por el amor fraterno de su hermano. Y la respuesta es sencilla y en ello existe un unánime consenso entre los historiadores. La llamada a la Corte de los Infantes tiene una única motivación que no es otra que la de asegurar la legitimidad del futuro descendiente a la Corona de Castilla apartando a los dos infantes de cualquier conspiración de la influyente nobleza castellana. El movimiento del rey (aunque quien más vehemencia mostró en la toma de esta decisión fue la propia reina Juana) era un movimiento sensato a la vez que obligado, pues los rumores en la Corte sobre su impotencia eran ya atronadores y objeto de comentarios entre la nobleza y hasta coplas entre el pueblo. Sin embargo, entrado ya el verano de 1461, se anuncia el embarazo de la reina. Transcurridos más de seis años desde el matrimonio de los reyes se anuncia al pueblo la feliz noticia y el rey buscando un embarazo tranquilo envía a su esposa a la villa de Aranda a fin de apartarla de las intrigas cortesanas. Inmediatamente ordena el traslado de los infantes a Segovia como ya hemos relatado antes. Asegurada con el embarazo la primera línea sucesoria, los reyes no querían dejar ningún cabo suelto y sabiendo que los dos infantes ocupan la segunda línea sucesoria quieren asegurarse que permanecen alejados de cualquier amistad, influencia o consejo que pudiera poner en duda o cuestionar la legitimidad del futuro heredero. No olvidemos, que entre parte de la nobleza castellana se cuestiona la validez del matrimonio entre Enrique y Juana de Portugal pues no consideran válida la sentencia de nulidad del primer matrimonio del rey con Blanca de Navarra y que por tanto su descendencia carecía de legitimidad al trono castellano. Es éste a mi juicio el verdadero miedo del rey y no tanto la auténtica paternidad del futuro heredero, pues pensemos que Enrique no conoció infidelidad alguna de su esposa hasta ese momento (lo cual no quiere decir que no la hubiera, aquí que cada uno piense lo que quiera, porque testimonio histórico no hay ninguno hasta esa fecha, si en cambio con fecha posterior pues la reina tuvo un amante, Pedro de Castilla y Fonseca, con el que tuvo dos hijos). No fue este el único embarazo de la pareja real pues poco después de dar a luz, hecho este poco conocido, la reina quedó nuevamente embarazada aunque dicho embarazo infelizmente no llegó a término.
Sea como fuere, el hecho cierto es que el miedo a que los infantes fueran utilizados en una posible rebelión nobiliaria contra la Corona es la única causa de la forzada llamada a la Corte de los dos niños. Se hacía preciso la custodia real de ambos a fin de evitar la tentación de cualquier noble descontento que pudiera utilizarlos amparándose en motivos legales, no exentos de fundamento. Los reyes lo sabían y actuaron con celeridad. Lo que no sabían es que aquella niña rubia de ojos azules, venía acompañada de leales consejeros y que en su ser albergaba un carácter que nadie sospechaba pero que pronto iba a salir a relucir.
Un aspecto a tener en cuenta es que la Corte del rey enrique era una corte itinerante y estaba siempre a caballo entre Segovia y Madrid, aunque los infantes también residieron en la villa de Aranda junto con la Reina Juana y su recién nacida hija. Y es que la Reina Juana es señalada años más tarde por la propia Isabel como la verdadera instigadora de su traslado de Arévalo a la Corte al señalar literalmente “….y así fuimos llevados inhumanamente a poder de la reina Doña Juana”. La utilización del término inhumanamente por la propia Isabel nos muestra la naturaleza del desgarro emocional que para los dos niños supuso el verse tan prontamente apartados de los brazos maternos. Este golpe en el alma, marca a mi modesto entender, el paso de niña a mujer de Isabel.
Isabel llega a la Corte acompañada entre otros, de Don Gonzalo Chacón, que ante la ausencia materna va a compaginar su labor de primer mayordomo y contador de la Infanta con el de fiel y leal consejero, asumiendo en no pocas ocasiones también la labor de padre y madre, pues recordemos que, aunque Infantes de Castilla, estamos antes dos niños de diez y de ocho años. Lo primero que puede observar en la Corte Isabel, es la escasa lealtad de los cercanos al rey.. Como señala Manuel Fernández Álvarez en su biografía de Isabel La Católica, “ se estaba incubando una recia tormenta política que estallaría cuando la posición de Enriqe IV se debilitase”. Este es el momento histórico en el que Isabel aparece en la Corte de Castilla, y lejos de alejarse de las intrigas políticas, en un primer momento Isabel va a permanecer como atenta observadora.
Isabel se aferra a la fe en estos primeros momentos en la Corte, pues sus parámetros morales chocan de lleno con determinadas ligerezas cortesanas que ante sus sorpresa no son solo llevadas a cabo por seglares sino también por miembros del alto clero ( este es uno de los hechos que motivó que ya una vez Reina, Isabel tuviera como una de sus primeras decisiones la de regular la vida en los espacios religiosos a fin de que la misma se llevara a cabo de forma estricta conforme a los preceptos de la Santa Madre Iglesia). De este modo la lealtad de Don Gonzalo Chacón y su poderosa fe son los dos brazos en los que Isabel se apoya en sus primeras semanas en la corte.
Custodia y no cautiverio. Es importante la distinción. Los Infantes eran custodiados en la Corte, no prisioneros. Allí llevaban una vida relativamente cómoda en la que se formaban y gozaban de cierta libertad de movimientos. Y de esta forma llegamos al 28 de Febrero de 1462. Estamos en Madrid esta vez. En su Alcázar concretamente. Allí va a dar a luz la reina a su primera hija, a la que se llamará Juana y que la historia motejó como la Beltraneja. El rey por fin tiene descendencia, nadie la cuestiona.
El nacimiento de la reina es celebrado con la solemnidad que marca el protocolo castellano, festejos populares y el anunciamiento de un pronto bautismo.
Llegamos así a la primera aparición oficial de Isabel en la Historia de la Corte de Castilla, es el 8 de Marzo de 1462, seguimos en Madrid, en su Alcázar y la comitiva del bautizo hace su entrada. La encabeza el Arzobispo Primado, Alfonso Carrillo, tras él, la recién nacida en brazos de su madrina que no es otra que su tía, sí, nuestra Isabel. Enrique ha querido vincular a las dos mediante el sacramento del bautismo en un movimiento con un claro interés político-emocional y ha elegido a su hermana como madrina de la princesa. Todo en la Corte transcurre con aparente calma. Pocas semanas después, en el mes de mayo, el Rey convoca las Cortes del reino, para que su hija sea jurada como heredera de la Corona de Castilla, y allí uno tras otro, nobles, alto clero, procuradores, así como los propios infantes incluidos reconocen a Juana de Castilla como heredera al trono. Los reyes por fin, están tranquilos, se ha cumplido el trámite legal y pueden disfrutar de un reinado tranquilo pues la descendencia y la sucesión son ya un hecho.
Sin embargo, como a veces acontece en la vida, los periodos de ansiada calma no son más que el germen de abruptas convulsiones por llegar. Y así aconteció en la Corte de Castilla en 1462. El más destacado de los nobles castellanos nada menos, Don Juan Pacheco, Marqués de Villena que tan fiel consejero lo fue del rey Enrique cuando este era aún Príncipe de Asturias se va a revolver contra su rey y ante Notario, revoca su juramento a la heredera del trono de Castilla por considerarla ilegítima.
La calma y felicidad que trajo el nacimiento de Juana salta en pedazos, la Corte se convulsiona y la ventura del rey será un rosario de desdichas hasta su muerte.
Isabel, callada, atenta, bien aconsejada, niña aun incapaz de comprenderlo todo, desconoce aún que el destino..la hará Reina.
Escrito en Aranjuez a 19 de Octubre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
“La reina parió en Madrid a la princesa Juana al principio de 1462. Asistieron al parto de un lado: Enrique conde de Alba de Liste, el rey, el Marqués de Villena, el comendador Gonzalo de Saavedra y el Secretario Alvar Gómez; del otro lado, el arzobispo de Toledo, el comendador Juan Fernández Galindo y el licenciado Cadena. Delante de ellos parió la reina. Pasados los días competentes fue bautizada en la capilla del Palacio por el arzobispo de Toledo, asistido de los obispos de Calahorra, Osma y Cartagena. Fueron padrinos el conde de Armañaque embajador de Francia y el marqués de Villena, y de madrina la infanta Isabel y la marquesa de Villena. Sacóla en brazos el conde de Alba de Liste”.
El cronista de la villa de Madrid, León Pinelo, nos relata con gran detalle los protagonistas del nacimiento y bautismo de la Princesa Juana. Castilla en aquel momento parecía sumida en una aparente tranquilidad, pues el nacimiento de la princesa aseguraba la sucesión. Los infantes Isabel y Alfonso estaban, además bajo custodia real por lo que los reyes Enrique y Juana se disponían a disfrutar por fin de su reinado tras siete años de matrimonio y no pocos comentarios y sospechas en torno al mismo.
El nueve de Mayo de 1462, en Madrid, las Cortes de Castilla juran a la hija de los reyes como legítima Princesa Heredera. Y en este preciso instante nos quedamos en el capítulo anterior. Lo que el protocolario acto debiese de haber supuesto en teoría, es decir, la formalización oficial de la legítima sucesión al trono, no fue más que el germen de la rebelión nobiliaria castellana contra su rey. En efecto, ese mismo día el 9 de Mayo de 1462, Don Juan Pacheco, Marqués de Villena, acude ante un escribano de Madrid a poner de manifiesto que su juramento a la princesa Juana no es un juramento libre y que se ha hecho por imposición real. Hernando del Pulgar en su Crónica de los Reyes Católicos manifiesta que esta negación en secreto del juramento a la Princesa no solo fue voluntad individual de Juan Pacheco, sino que existía un colectivo de nobles y caballeros que asumieron tal posición. Así lo relata.
“Del qual juramento algunos Perlados e grandes señores e caballeros del Reyno reclaramon secretamente, diciendo haberlo hecho por temor del poder grande que el Rey por entonces tenia.”
Resulto lógico pensar que lo que manifiesta Hernando del Pulgar fuese cierto, pues es impensable que sólo un noble cometiese la insensatez de acuñar en secreto y en solitario una rebelión contra el Rey. Pero que era lo que movía la nobleza castellana a revolverse contra su rey?. Resulta evidente que el rey Enrique IV era una persona de escasa voluntad, fácilmente influenciable y así como su padre delegó el gobierno del reino en su condestable, Don Álvaro de Luna, el rey lo hizo en el Marqués de Villena. Pacheco fue la primera mano derecha del Enrique desde el primer momento, aun siendo todavía Príncipe de Asturias, pero Pacheco tenía aun fresca la imagen de la ejecución de Don Álvaro de Luna. No olvidemos que, aun siendo un pusilánime, Enrique era rey y por tanto las vidas de sus súbditos, nobles incluidos, dependían en cierto modo de su voluntad. Seguramente, años atrás, nadie hubiera imaginado a Don Álvaro de Luna camino del cadalso y Pacheco sabía que al igual que Juan II renegó de su valido influenciado entre otros por la reina, Enrique podía hacer los mismo ahora por la reina.
Estamos ante dos mujeres portuguesas, ambas bellas y con carácter y esa combinación, unida a unos maridos que huían de las responsabilidades de gobierno, pues les placía más disfrutar del ocio y la buena vida y que carecían del carácter que se debía exigir a un monarca de Castilla, resultaba enormemente inquietante para el Marqués de Villena. Pacheco era hombre, decidido, audaz e inteligente y su gran influencia en la Corte podía volverse contra sí mismo en cualquier momento. A ello hay que añadir la emergente figura de Don Beltrán de la Cueva que poco a poco iba ganando el favor del rey en detrimento del Marqués de Villena.
No olvidemos tampoco el contexto histórico geopolítico de aquellos años. En 1453 la Caída de Constantinopla supuso para los reinos de la Europa cristiana la materialización de un temor en ciernes que se había hecho realidad. Al otro lado del mar existía un enemigo poderoso, que había demostrado su poderío militar acabando con un Imperio, el Bizantino, heredero de Roma, que había subsistido durante más de mil años. Y ese enemigo, cruel y sanguinario que asomaba sus colmillos en no lejanas costas, contaba en la propia península con una avanzadilla no menos importante, el Reino nazarí de Granada. Los nobles castellanos y la propia Roma, conocedores de esta circunstancia, consideraban prioritario l toma de Granada y la expulsión de los musulmanes de la península. Sin embargo, Enrique, no era partidario de una batalla decisoria y a campo abierto, como la de 1212 en las Navas de Tolosa, si no que optó por una lenta guerra de desgaste que, unidas a las crueles y feroces rafias de los nazarís contra las poblaciones cristianas fronterizas, consumían la paciencia de no pocos nobles castellanos que veían en la estrategia del rey una conducta cobarde e irresponsable. Elocuentes son las coplas de Jorge Manrique en este aspecto
Pues el otro, su heredero
don Anrique, ¡qué poderes
alcançaba!
¡Cuánd blando, cuánd halaguero
el mundo con sus plazeres
se le daba!
Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuánd poco duró con él
lo que le dio!
Y mientras se fraguaba la rebelión nobiliaria. ¿Que acontecía con Isabel?. Isabel y Alfonso eran por entonces unos niños de once y diez años, que acababan de ser despojados de los brazos de su madre y llevados a la Corte. Pero concretamente, ¿Donde estaban en esos momentos?. El historiador Tarsicio de Azcona la sitúa en 1463 junta a la Reina y la recién nacida princesa en la localidad de Aranda. Así se deduce de la carta que un emisario de nombre Guiguelle envía al rey Enrique y en que relata
“La señora princesa (Juana) está mucho gentil, guardela nuestro señor. Pedro Cerero la vió, el dirá avuestra alteza como está. Los señores infantes, vuestros hermanos, están mucho gentiles, guárdelos nuestro señor….”
Esta misiva acredita, que, en un primer momento, la decisión de los reyes de apartar a los infantes de los intrigas nobiliarias fue efectiva, pues jurada la Princesa en Mayo de 1462, un año después Isabel y Alfonso están en Aranda junto a la Reina y la Princesa por lo que es difícil de creer que hasta entonces existiese influencia directa de Pacheco y sus afines en los jóvenes Infantes, primero por su corta edad y entendimiento para temas tan comprometidos y segundo por el peculiar confinamiento al que estaban sometidos. Pero ello no significa que la rebelión nobiliaria no contara con ellos. Para acabar con el Rey necesitaban un sucesor y el elegido fue Alfonso, el hermano pequeño de Isabel, pues como ya relaté en capítulos anteriores, la sucesión a la Corona de Castilla estaba regulada en las Partidas de Alfonso X el Sabio que establecía la preferencia del varón a la mujer en la línea sucesoria.
Todo estalla un año después, recién estrenado el otoño de 1464. Estamos en Burgos. El historiador Manuel Fernández Alvárez nos enumera la composición de esta formidable liga nobiliaria, que, tras dos años en las sombras, se rebela ya de forma abierta contra el Rey. Alli tenemos al Almirante Don Fadrique, Don Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente, Don García de Toledo, conde de Alba de Liste, Don Rodrigo Manrique Conde de Paredes (el protagonista de las universales coplas de su hijo, Jorge Manrique), Don Diego de Stuñiga, Conde de Miranda, Don Álvaro de Stuñiga, Conde de Plasencia, la poderosa familia Fajardo de Murcia y a la cabeza de todos ellos dos hombres resueltos, Don Juan Pacheco, Maqués de Villena y el Arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo.
Todos ellos elaboran y firman un manifiesto (denominado Manifiesto de Quejas y Agravios) en el que señalan que los Infantes Alfonso e Isabel se encuentran cautivos en manos del Rey y ya abiertamente niegan la condición de hija legitima del Rey a la Princesa Juana. Estamos ante un documento capital en la Historia de Castilla pues constituye la génesis documental de los acontecimientos que llevarían al trono castellano diez años después a Isabel de Trastamara.
A mi modesto juicio el análisis de este documento, dada su trascendencia merece un capítulo aparte, por lo que decido dejarlo aquí por esta se semana.
Espero que les guste y lo difundan, pues nuestra verdadera historia y los hechos realmente acontecidos merecen ser conocidos por todos.
Escrito en Aranjuez el 20 de Octubre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
“Quedareis por el mas abatido rey que jamás ovo en España e arrepentido eis, señor….”
Con estas duras palabras, el obispo de Cuenca, Lope de Barrientos, pretendía hacer reaccionar a Enrique IV ante las graves acusaciones de gran parte de la nobleza castellana y no pocos miembros del alto clero, que públicamente y por escrito, acusaban al monarca de no ser el padre legítimo de la princesa Juana. Lope de Barrientos, no era un cualquiera, era el Canciller Mayor de Castilla y uno de los más leales consejeros del Rey. Sin embargo, Enrique IV, hizo caso omiso a los consejos del obispo, que le apremiaba a castigar con dureza a los nobles rebeldes, y se aprestó a negociar con la llamada liga nobiliaria encabezada por el Arzobispo Carrillo y el Marqués de Villena. Lope de Barrientos, decidió, decepcionado, abandonar la Corte y volver a la vida religiosa en su diócesis de Cuenca, no sin antes dejar para la Historia la dura sentencia que encabeza este artículo.
Y así aconteció. Nos encontramos ante uno de los documentos más importantes en la Historia del Reino de Castilla. Estamos en Burgos, allí, el 28 de Septiembre de 1464, se va a redactar el conocido como Manifiesto de Quejas y Agravios.
De un lado, una imponente liga Nobiliaria, encabezada por Juan Pacheco (que expresaba así su desagravio para con el Rey al verse desplazado por Beltrán de la Cueva como principal consejero del monarca y rechinaba los dientes ante el nombramiento de éste como Maestre de la Orden de Santiago) y en la que se encontraban el Conde de Benavente, Don Rodrigo Pimentel; el Conde de Alba, Don García de Toledo; el Conde de Alba Liste, Don Enrique Enríquez; el Conde Paredes, Don Rodrigo Manrique, el Conde de Miranda, Don , el Conde de Miranda Don Diego de Stuñiga, el Conde de Plasencia, Don Álvaro Stuñiga, la poderosa familia Fajardo de Murcia y el Maestre de la Orden de Alcántara. De otra parte, una no menos importante representación del alto clero castellano. Encabezadas por el Arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo (quien también saldaba aquí sus cuitas con el rey al verse desplazado como principal consejero del mundo religioso por el ya meritado Lope de Barrientos) comparecían también en Burgos los Obispos Fonseca de Sevilla y Acuña de Burgos.
El manifiesto está escrito en prácticamente su totalidad en primera persona del plural, aunque es redactado y dictado por Juan Pacheco ( casí al final del mismo se delata este aspecto al escribir “… vuestra señoría bien sabe que yo el Marqués o el Maestre, mi hermano a aquella servimos”). El historiador Tarsicio de Azcona, en su obra, Isabel la Católica, analiza el documento en siete aspectos fundamentales, que a mi modesto juicio (tras la atenta lectura del documento*) se pueden reducir a cuatro:
Pero tras ese preámbulo tan edulcorado, viene el primer gran reproche al monarca castellano
“Que como vuestra altesa sobre lodos los sus subditos deba mas amar é temer é honrar á Dios que otro ninguno, por obras tan notorias ha mostrado el contrario, que como la prencipal virtud é fundamento sea la fe,- en aquesto los de vuestros regnos é señoríos están muy sospechosos: señaladamente es muy notorio en vuestra corte, aver personas en vuestro palacio é cerca de vuestra persona infieles enemigos de nuestra santa fe católica é otras aunque cristianos por nombre, muy sospechosos en la fe, en especial que creen é dicen é afirman que otro mundo non aya si non nascer é morir como bestias, que es una heregia esta que destruye la fe cristiana: é ende estan continuos blasfemos, renegadores de nuestro Señor y de nuestra señora la virgen María é de los santos, á los quales vuestra señoría ha sublimado en altos honores é estados é dignidades de vuestros regnos: é por consiguiente la abominación é corrupción de los pecados tan abominables, dignos de non ser nombrados, que corrompen los aires é desfasen la naturaleza humana son tan notorios que por non ser punidos, se teme la perdición de los dichos regnos”.
La acusación al rey hace referencia no solo a la guardia real, compuesta por musulmanes mudéjares, sino también a personas de la corte, aparentes cristianos cuyas prácticas o comentarios conculcarían los preceptos y dogmas de la fe cristiana. No hay alusión expresa a ningún componente concreto de la Corte, aunque a mi modesto juicio dichas veladas acusaciones se dirigirían entre otros a Don Beltrán de la Cueva pues en ocasiones placía al rey disfrutar en su compañía de la comida, música y cultura morisca. La dureza de la acusación puede discernirse fácilmente en la frase final en la que se profetiza la perdición de los reinos sino se respeta la fe cristiana. Esta es la primera acusación del manifiesto, y del análisis de los diversos documentos que han llegado a nuestros días no es posible concluir que en el reinado de Enrique IV no se respetara la fe cristiana. La religiosidad del rey y del respeto al Papa está fuera de toda duda. Que el rey dispusiera de una guardia mora no es del todo extraño, pues siendo simples soldados a sueldo es más fácil mantener la confianza en alguien que solo se debe a salario que a soldados castellanos que bien pudieran traicionar al rey por cualquier causa más allá de la pecuniaria. El divertimento, vestuario, música o gastronomía morisca que eventualmente pudo existir en la corte de Enrique IV no es más que una muestra de tolerancia y no de renuncia a la fe cristiana. Resultan por tanto exagerados y fuera de contexto los argumentos de esta primera acusación. Sin embargo si cabe estar de acuerdo en el reproche que los nobles hacen sobre la tibieza en la guerra con el reino nazarí de Granada, pues es sabido que el reinado de Enrique IV se caracterizó por una labor muy contemporizadora en este aspecto, librando más una guerra de desgaste que una guerra basada en batallas a campo abierto.
“é en logar de impunar los enemigos moros, les ha fecho la guerra tan tibiamente que la sienten mas vuestros regnos que non ellos: é á los cristianos vuestra altesa les ha mandado faser guerra á fuego é á sangre, é mandó guardar á los dichos moros, é dar penas á los cristianos, que alguna cosa de las susodichas contra los dichos moros fasian : é asimesmo con ellos ha fecho muchas veces tregua sin consejo de los Grandes de vuestros regnos, é de secreto estrechas amistades, segund se mostrará quando convenga”.
Esta última velada advertencia al rey no debe de resultarnos baladí (estrechas amistades en secreto con los moros que se demostrará cuando convenga). Es evidente que Pacheco y Carrillo estaban en posesión de alguna prueba algo comprometedora en la relación del rey con los moros. Cuando digo que no es baladí, intento, como abogado, el hilar una serie de presunciones que nos puedan llevar a atender el comportamiento posterior de Enrique IV al despojar del derecho hereditario al trono de Castilla a su propia hija Juana, y este es un hecho, inadvertido para muchos, que seguramente no sería algo de un gran carácter sustancial pero que el rey sabía que podía mancillar en parte su figura.
“….procurando dignidades pontificales é las otras inferiores para personas inhábiles é de Soca ciencia, indotosé algunas de ellas adas por prescio que rescibieron las personas que cerca de vuestra altesa estan: de las quales personasá quien las tales dignidades fueron dadas vuestra señoría e otros tienen harto que escarnecer en muy gran cargo de vuestra conciencia é injuria de Dios é de su santa eglesia, por cuyo enjemplo han ido é irán infinitas ánimas en perdición…”.
Queda claro, el enojo del arzobispo de Toledo para con su rey en diversos nombramientos dentro de la iglesia. Ya vimos antes, que la figura religiosa más cercana al monarca era el Obispo de Cuenca y eso Carrillo nunca lo perdonó. Pero la acusación de despotismo continúa refiriéndose a la Administración de Justicia, que es la principal virtud después de la fe que los reyes habían de tener.
“…para administrar esta son puestos tales oficiales, de los quales vuestros pueblos tienen grandes quejas por las grandes injusticias é tiranías dé que algunos han usado, segund de esto pueden dar testimonio muchas ciudades é villas é logares e' provincias de vuestros regnos, en especial la muy noble ciudad de Sevilla Cuenca é Salamanca é Trujillo, é las villas de Cáceres é Alburquerque é Carmona, e otras tierras de Estremadura, e el principado de Asturias de Oviedo, o el reíno de Gallisia”.
En el manifiesto, la acusación de despotismo se centra en un primer aspecto hacía la situación económica del Reino. Castilla sufría un fuerte deterioro desde 1461, debido entre otros factores a la acuñación de moneda con baja ley, que provocó una considerable subida de los precios. Enrique IV, en una política monetaria desastrosa y en su afán de contentar a parte de la nobleza, aumento el número de centros de producción de monedas (cecas), a los ya existentes de Burgos, La Coruña, Toledo y Sevilla, se añadieron las de Segovia y Cuenca. Al frente de ellos se designó a personas no tan capaces como leales al rey. Se suprimió la circulación de la moneda antigua y se sustituyó por una nueva de menor ley. Esta disminución de la pureza del oro y la plata en las monedas, produjo una enorme inflación, que como sabemos es el impuesto a los pobres.
“E quanto detrimento é mal los dichos vuestros regnos e todos los tres estados han rescebido en.el desfacer de la moneda de los gloriosos Reyes padre é abuelo vuestro, á todos es manifiesto: é asimesmo mandando vuestra altesa en las ferias á los comienzos abajar la moneda, é ai fin premetir que se alzase; son daños intolerables los que vuestros pueblos han rescebido desto, é lodos los pobres é estados medianos son perdidos, que non se pueden mantener por la mudanza de las monedas que vuestra altesa mandó faser sin consejo é acuerdo de vuestros regnos”.
La crítica es directa e inapelable, el intento fallido de imponer el vellón como moneda única, la acuñación de monedas con baja ley y su consecuente inflación y la subida de los impuestos para intentar cuadrar las cuentas reales produjo un enorme descontento entre el pueblo castellano, que la liga supo manejar y plasmar por escrito en el manifiesto. Sabían que lo que acusación era cierta y lo más importante eran conocedores de que Enrique era consciente de ello. Ayer, hoy y siempre la economía es un factor esencial en el mantenimiento del poder pues difícil es de gobernar un pueblo que sufre una maltrecha economía y que siempre verá en un cambio político la esperanza de mejorar sus expectativas económicas. La mano de Pacheco, quien fue fiel colaborador de Enrique en los primeros años en la política monetaria (bajo su dirección se realizaron las primeras acuñaciones enriqueñas) trazó los renglones de este acertado reproche económico.
Recomiendo la lectura del artículo de la profesora de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid María Isabel del Val, a quién esté interesado en la crisis monetaria del reinado de Enrique IV y su enorme incidencia en el descontento popular.
Pero la acusación de despotismo, no sólo se refería a las decisiones económicas no consensuadas, también se acusa al monarca de no dar justicia a las personas que así la demandaban en la Corte,
“Muchas personas que se van a querellar á vuestra corte han rescebido muchas penas é injurias en logar de rescebir remedio: é los de vuestro consejo non pueden faser justicia^ porqué, como ellos bien saben, qúando la quieren faser, por parte de vuestra altesa é de otros que acerca de aquella son, les es vedado”.
El cronista Alonso de Palencia resume de manera contundente la llevanza del reino con la siguiente aseveración “ No había cosa que no invadiese la corrupción, que día a día iba encendiéndose y propagándose, hasta tenerse por honroso, lo que claramente se mostraba infame”.
Además, se acusa al Rey de no atender los sueldos de determinados servidores públicos
“E otrosí,como los caballeros e hidalgos, dueñas é doncellas, eglesias, é monesterios é letrados de vuestro consejo é oidores é alcaldes de vuestra corte y chancelleria non les son pagados nio: librados los maravedís que en vuésLros libros tienen é han deaver: é por esta causa é por otras la dicha vuestra chancelleria é todas las dichas personas son venidas á grand pobresa é decaimiento”.
Sabido es que, en cualquier crisis económica, algunas personas aprovechan la desventura de las gentes para hacer o acrecentar su fortuna personal, y que en una sociedad medieval, carente de justicia como hoy la entendemos nosotros, es decir, una justicia independiente del poder, esas situaciones difícilmente tenían un remedio legal. Piense el lector, que hoy en día un ciudadano o una empresa en crisis, puede acudir a un concurso de acreedores, une ley de segunda oportunidad, aplazamientos, ……. En aquella sociedad medieval, poder y justicia, eran uno, y las personas ciadas en desgracia eran despojados de todo en pago de sus deudas. Resulta palmario que en una crisis económica como la que vivía Castilla en aquellos años, entre las clases más humildes existiera un gran descontento fácil de azuzar por personas tan hábiles como Carrillo y Pacheco.
El hispanista norteamericano William Prescott en su obra sobre el reinado de los reyes católicos resume de manera breve pero con gran acierto la situación socio-económica de Castilla en este puntual momento al afirmar que “…las casas de moneda devaluaban ésta a tan deplorable valor que los artículos más comunes de la vida se encarecía, tres, cuatro e incluso seis veces´. Los que tenían deudas querían ansiosamente anticipar el pago y como los acreedores rehusaban aceptarlo en moneda tan depreciada, empezaban una fructífera fuente de litigios e histeria que hacia parecer que toda la nación estaba al borde de la bancarrota. Los nobles convirtieron sus castillos en cuevas de ladrones, saqueando las propiedades de los trabajadores, que posteriormente subastaban en las ciudades”.
“…….Pero las que por el presente requieren muy acelerado remedio,. por el qual deseándolo ver nuestros corazones é de vuestros naturales lloran gotas de sangre, es la opresión de vuestra real persona en poder del Conde de Ledesma, pues parece que vuestra señoría non es señor de faser de sí lo que la razón natural vos enseña..”
Tras las duras palabras se adivina una supina inteligencia en la formulación de la acusación. Los nobles, como hemos visto hasta ahora, acusan al rey de diversos actos en contra de su pueblo, de dejación de funciones e incluso atisbos de corrupción en beneficio de cercanos, sin embargo, de forma hábil trazan un tímido velo sobre estas acusaciones. Ese velo, tiene forma de mortal, Don Beltrán de la Cueva, por aquel entonces Conde de Ledesma y Maestre de la Orden de Santiago, al que directamente imputan el haber alienado la persona del rey. De esta forma, los nobles buscan a la vez, el desprestigio del monarca y la generación de un inminente conflicto en la sucesión a la Corona, pero, con la clara intención de salvaguardar sus vidas y haciendas, acusan a un tercero.
Las rencillas entre Juan Pacheco y Beltrán de la Cueva han trascendido a la historia, hasta el punto de que la princesa Juana ha sido motejada, como la Beltraneja y estas rencillas tienen en este manifiesto su más expresiva eclosión. No cabe duda que el detonante surge meses atrás concretamente el 23 de Mayo, cuando el rey concede a Beltrán de la Cueva el Maestrazgo de la Orden de Santiago que pertenecía al Infante Alfonso por así haberlo dispuesto su padre Juan II en testamento. El hecho es cierto, y la trascendencia del mismo incuestionable, pues el rey incumple la última voluntad de su padre en beneficio de su Privado. El porqué de esta decisión es una cuestión compleja. Cabe intuir que estamos ante un monarca si no pusilánime si de escasa voluntad política propia y por tanto siempre dependiente del consejo externo, por lo tanto, es fácil colegir que el pago de la lealtad esté siempre sujeto a la concesión de mercedes, aunque en este caso resulte objetivamente desproporcionada la concesión. Téngase en cuenta que el Maestrazgo de la Orden de Santiago era un cargo de provisión pontificia, pero el papa Calixto III otorgó a Enrique el poder de administrarlo por sí mismo. Y así lo hizo, con tan desgraciado desacierto.
Se acusa directamente a Beltrán de la Cueva de tener presos a los infantes Alfonso e Isabel y en boca de ambos ponen su temor a ser asesinados para asegurar la sucesión de la Princesa Juana. El protagonismo del Conde de Ledesma queda fuera de toda duda en este pleito. No cabe duda de que era una figura capital en la Corte de Enrique IV, su ascenso, apadrinado por la familia Mendoza, podemos calificarlo de meteórico y demuestra que existía una firme relación entre Beltrán y el rey.
“El qual (Beltran de la Cueva) non temiendo á Dios nin mirando á las grandes mercedes que de vuestra altesa rescebió, ha deshonrado vuestra persona e casa real, ocupando las cosas solamente á vuestra altesa debidas, é procurando con vuestra altesa que feciese á los Grandes de vuestro regno é á las cibdades' jurar por. primogénita heredera de: ellos a doña Johana llamándola Princesa., non lo seyendó: pues á vuestra, altesa é á él es bien manifiesto ella non ser hija de vuestra señoría; é el dicho juramento que los Grandes dé vuestros regnos fisieron fué por justo temor é miedo que por estonce de vuestra señoría ovieron”.
Lo que hasta ese momento contenía el manifiesto bien podía haberse contemplado como la simple plasmación por escrito del descontento general de un mal gobierno, hecho éste común a lo largo de la Historia en cualquier, estado, nación o civilización y que pudiera haberse subsanado con una rectificación de la política económica y gobernanza del reino. Sin embargo, esta última acusación dota al documento de un carácter incuestionablemente relevante en el transcurso de la historia no solo de Castilla, si no de la humanidad, pues, aunque no fuera su primera intención, este documento es la génesis de los acontecimientos que llevarían al trono de Castilla a Isabel de Trastámara.
La acusación al rey de no ser el padre de su hija Juana, abrió un conflicto sucesorio que desembocaría más tarde en guerra civil en Castilla. Para entender el atrevimiento de los nobles en formular tan basta acusación he decidido mencionar el interesante ensayo del Doctor Gregorio Marañón sobre el análisis biológico del rey Enrique IV. Dicho ensayo concluye que no existe ningún dato histórico que indique la existencia de relaciones extraconyugales entre Juana de Portugal y Don Beltrán de la Cueva y por tanto la legitimidad de la Princesa Juana. Hecho éste, si bien cierto, puede ser, en mi opinión cuestionable de manera indiciaria. Partamos de la base que a día de hoy resulta imposible un análisis genético que esclarezca esta sobra de nuestra historia, pues si bien tenemos el cadáver de Enrique IV enterrado en el monasterio de Guadalupe, no tenemos el de su hija Juana, enterrada en el monasterio de Santa Clara de Lisboa pero cuyo cuerpo desapareció tras el terrible terremoto que asoló la capital portuguesa en 1755. Por tanto, solo nos cabe la presunción, que, en un sentido u otro, obtengamos del análisis de los hechos históricos que de manera indubitada han llegado hasta nuestros días.
Empecemos…..Los problemas de impotencia de Enrique IV son un hecho histórico cierto. Y lo son porque así lo reconoce expresamente el rey en el proceso de nulidad matrimonial con su primera esposa Blanca de Navarra. Doce años de matrimonio en los que no se pudo consumar el mismo, el cronista Alonso de Palencia lo califica de farsa y sugiere la homosexualidad del monarca y le atribuye el deseo de que otro hombre dejara embarazada a la reina
“Tal era D. Enrique cuando á los diez y seis años celebró aquella farsa de matrimonio, y si bien durante algún tiempo no despreció abiertamente á su esposa, y aun pareció tener en algo el afecto del suegro, sin embargo, mientras ella se esforzaba por agradarle y ganar su cariño, él hubiera deseado que otro cualquiera atentase al honor conyugal para conseguir, á ser posible, por su instigación y con sü consentimiento, agena prole que asegurase la sucesión al trono”
La sentencia de 11 de Mayo de 1453 declara el divorcio entre Enrique IV y Blanca de Navarra esgrimiendo como causa la falta de consumación del matrimonio. De las pruebas practicadas en dicho procedimiento cabe mencionar dos. La primera, el examen físico de la propia esposa del príncipe (recordemos que Enrique IV aún era Príncipe de Asturias) que atestiguaba su virginidad. La sentencia recoge la práctica de la prueba de dos matronas que ratificaron ante el tribunal el resultado del examen físico de la princesa. Simplemente con esta prueba quedaba acreditada la no consumación del matrimonio y por tanto su nulidad. Sin embargo, el proceso va más allá e intenta salvaguardar la dignidad del futuro rey y se a afirma que para mayor información se tomó testimonio de una honesta y honrada persona eclesiástica que manifestó que había recabado el testimonio de varias mujeres de Segovia que manifestaban haber tenido relaciones sexuales con el Príncipe. Estos testimonios, más que dudosos, pues no se ratifican presencialmente por parte de esas mujeres sus afirmaciones ante el tribunal, bien porque pudieran ser prostitutas, en cuyo caso su testimonio carecía de validez según el derecho castellano, bien porque simplemente y es la opción más probable, porque el testimonio del religioso era simplemente falso. La sentencia no sólo pretendía el divorcio de los príncipes sino el salvaguardar la legitimidad del Príncipe en la cercana sucesión mediante otro matrimonio (como así acontecería al año siguiente en el que tras la muerte del rey Juan II y la proclamación de Enrique IV como rey, Don Juan Pacheco maniobró hábilmente para buscar el matrimonio con Juana de Portugal). Un hecho histórico relevante es que de esta sentencia de divorcio no se conoce ratificación por parte de Roma, lo cual no es baladí pues el segundo matrimonio de Enrique IV necesitaba doble dispensa, una por el divorcio y otra por el parentesco que le unía con Juana de Portugal (eran primos). Si ha llegado hasta nuestros días la Bula del Papa Nicolas V de 1 de Diciembre de 1453 otorgando la dispensa por parentesco de consanguinidad, pero nada sabemos de la ratificación papal de la sentencia de divorcio. Tengamos en cuenta que, de no existir, la sentencia de divorcio carecería de validez y con ella por tanto, el segundo matrimonio y la legitimidad de la supuesta hija del rey al trono castellano. Es este un aspecto más a tener en cuenta a la hora de juzgar la débil postura de Enrique ante las pretensiones de los nobles en su manifiesto.
Llegados a este punto y teniendo en cuenta como hechos objetivos que el rey no consumó el matrimonio en doce años y que la única prueba de la virilidad del rey era el testimonio indirecto de unas supuestas mujeres que manifestaron haber tenido relaciones sexuales con el entonces príncipe, no cabe sino inducir que la impotencia del rey era cierta. Marañón en su infirme, así lo ratifica, aunque concluye que dicha impotencia pudiera no ser permanente sino circunstancial. A Enrique IV no se le conoce más descendencia que la de su hija Juana y un segundo embarazo no llegado a término de la reina Juana de Portugal acaecido poco después del alumbramiento de su primogénita. Si frecuentara la compañía en Segovia de otras mujeres no sería nada extraño que hubiese descendencia bastarda del monarca, como así aconteció con múltiples reyes a lo largo de la historia, sin embargo, nada se conoce en este extremo, lo que supone una prueba indiciaria más en contra de la legítima descendencia del monarca.
Siendo, por tanto el rey, impotente, o quizás homosexual, ¿que nos queda en orden a legitimar su descendencia?. Tengamos en cuenta un dato cronológico muy revelador, ya que el matrimonio entre Enrique y Juana se celebró en Mayo de 1455 pero la deseada descendencia no llegó hasta siete años después, el 28 de Febrero de 1462. Es decir, tenemos un príncipe y rey que durante 20 años es incapaz de concebir un heredero. Sólo queda como alternativa acudir a la solución más inverosímil. Para ello debemos acudir a las crónicas del médico alemán Hieronymus Münzer, en ellas se recoge lo que pudiera denominarse las primeras pruebas de la fecundación in vitro al hacer mención al tratamiento que el médico judío de la Corte de Enrique IV practicaba al introducir mediante una cánula el semen del rey en útero de la reina. La eficacia de dicho tratamiento es bastante cuestionable.
Huérfanos por tanto como estamos de pruebas plenas, sólo cabe acudir a la prueba indiciaria, ojo no confundir indicio aquí con presunción, pues son dos cosas distintas. Aquí estamos hablando de una certeza producida a través de indicios, es decir, nos referimos a hechos que son vinculados a otros hechos mediante una relación de causalidad, necesitando para ello, un razonamiento lógico entre uno y otro que dé lugar a la llamada prueba indiciaria. Pues bien tenemos como hechos ciertos, en primer lugar, que Enrique IV era impotente, esto hecho está a mi juicio acreditado fuera de toda duda, pues que un monarca de la Edad Media, cuya principal obsesión era siempre la sucesión, fuera, durante 20 años y dos matrimonios, incapaz de procrear no tiene una explicación más que la impotencia o la homosexualidad. En segundo lugar, la fecundación in vitro que se alega por algunos historiadores como causa del embarazo de la reina Juana es un hecho del que existen mínimas referencias históricas, ninguna coetánea a los hechos que estamos estudiando (las crónicas del médico Münzer aluden a su visita a España durante los años 1494 y 1495) y por tanto debe de descartarse como hipótesis cierta. Por tanto, si el rey era impotente y como todos deducimos no había remedio médico para la impotencia en el Siglo XV y la fecundación in vitro no tuvo éxito conocido hasta 1978, es lógico que ambos hechos nos lleven al lógico razonamiento que la Princesa Juana no era hija legítima del Rey.
Cuestión distinta es la verdadera paternidad, pues hay entraríamos en la pura suposición. El cronista Alonso de Palencia, sin embargo, no alberga la menor duda
“ y en cuanto á señalar el verdadero padre de la niña, dan fuerza á la opinión que por tal reconocía á D. Beltrán las circunstancias de ser el preferido del Rey, el más asiduo en palacio y el que tenía en su mano ser dueño del reino y de la Reina, con sólo secundar los propósitos de D. Enrique. Sobre él recaen, pues, las más vehementes sospechas, y condenanle sus mismas disolutas palabras. Pero omitiendo otros muchos detalles, diré que la Reina permaneció en Aranda, mientras el Rey marchó á Logroño; que desde aquí, como desde Navarra, D. Beltrán iba a visitarla con gran familiaridad y que sus visitas eran esperadas”
Un hecha a resaltar es que los nobles en su manifiesto afirman “pues á vuestra, altesa é á él (Beltrán de la Cueva) es bien manifiesto ella non ser hija de vuestra señoría”. Si analizamos el tenor literal del reproche, en él se afirma el carácter ilegítimo de la princesa Juana pero no se imputa a Beltrán su paternidad sino el conocimiento de la ilegitimidad. Son dos cuestiones distintas. Pongamos en consideración, también, que Don Beltrán de la Cueva, en los hechos posteriores a este manifiesto no va a poner especial empeño en defender la legitimidad de Juana al trono, lo cual no sería entendible si tuviese la certeza de ser el verdadero padre de Juana
Piénsese además que desde que la Reina Juana anuncia su embarazo el propio rey ordena su traslado a Aranda, donde reside junto con los infantes, pero el rey se queda en la Corte en Segovia y que cuando se produce el segundo embarazo de la reina y su aborto el rey tampoco está presente pues la reina es enviada de vuelta a Aranda. Que en veinte años fuera incapaz de engendrar un heredero y en un año escaso dejada a la reina embarazada por dos veces es algo difícil de creer. Otro hecho a tener en consideración, cuando la reina Juana es repudiada por Enrique y recluida en el castillo de Alaejos tuvo un amante con el que engendró dos hijos (de ahí que se la conozca también como la reina adúltera) por lo que no es difícil suponer tampoco que existiera una infidelidad previa de la reina que hubiera originado el nacimiento de la princesa.
En conclusión y en resumen de la cuarta acusación de los nobles al rey, siendo ésta la más grave y la de mayor trascendencia histórica no cabe más que refutar la misma como cierta y seguramente esta certeza, conocida por supuesto por los propios reyes, unidas al enorme descontento del pueblo, a las dudas sobre la legitimidad del segundo matrimonio al faltar la ratificación papal del divorcio con Blanca de Navarra y al conocimiento por parte de Carrillo y Pacheco de algún acuerdo oculto poco edificante con los moros justificarían la pusilánime respuesta del monarca ante unas acusaciones, que un rey digno y en posesión de la verdad no hubiera respondido de otra manera que con el camino del cadalso para todos los firmantes del documento.
Una vez formulados todos los reproches al monarca el manifiesto concluye con una seria de peticiones muy concretas:
El movimiento político de la liga nobiliaria, si bien rezuma el resentimiento de un Marqués de Villena desplazado del poder, solo cabe calificarlo de audaz, atrevido y sin parangón en la historia de Castilla hasta ese momento. La liga era sabedora, no solo del escaso carácter del rey, si no de los múltiples errores de su reinado y de no pocas dudas sobre la legitimidad de su matrimonio y de su propia hija. Estos tres vértices configuraban un perfecto triángulo que, a modo de escudo, la liga nobiliaria supo perfectamente utilizar en un órdago al monarca que ponía Castilla ante un conflicto hereditario que podría desembocar en una guerra civil. Los diversos historiadores ( Tarsicio de Azcona, Manuel Fernández Álvarez o Prescott…..) no han sabido resaltar la trascendencia histórica de este documento, pues es, a mi modesto juicio, un documento capital en la historia de Castilla, que cambió el devenir de los acontecimientos y que merced a la suerte, el destino o la Providencia puso en el trono de Castilla a la más grande reina que vieron los tiempos. Isabel la Católica. Los comentarios que merece el documento a juicio de los historiadores es más como una carta despechada del marqués de Villena que un verdadero manifiesto político, lo cual es a mi juicio un error, puesto que si bien es cierto que el documento, como dije antes destila el profundo malestar del Marqués de Villena, que se delata al final como el redactor del mismo al escribir en primera persona uno de los últimos párrafos, no es menos cierto que los hechos imputados al rey en el cuerpo del documento son en su gran mayoría ciertos, pues recogen el enorme descontento popular que existía en Castilla con su rey.
Escrito en Aranjuez a 3 de Noviembre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
Isabel la Católica. La forja de una Reina. Parte V.
“Por ende visto quanto esto es deservicio de Dios nuestro Señor, e daño e peligro irreparable destos regnos y en gran daño e destrucción de la cosa pública, prometemos todos nos et cada uno de nos, por si de trabajar et que trabajaremos por todas las vías et maneras que podieremos de sacarlos de la opresión et condición et peligro en que están, et pasarlos a nuestra mano et poder, porque ayan entera libertad, et estar conservadas sus vidas et bien, et seguramente tratados et servidos como la rason lo manda et somos tenidos et obligados a lo faser, por ser como son, primogénitos et legitimos sucesores de los dichos regnos”.
Este extracto corresponde a un documento firmado el seis de mayo de 1464, en la villa de Escalona (Toledo) por Don Alfonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, Pedro Girón, Maestra de Calatrava y Juan Pacheco, Marqués de Villena, es decir, está firmado con más de cuatro meses de antelación al manifiesto de quejas y agravios de Burgos. Este prácticamente desconocido documento es muy interesante, pues, en primer lugar, nos da razón de la verdadera cabeza de la liga nobiliaria, encarnada en los tres firmantes, pero también nos muestra y revela el reconocimiento expreso de Alfonso e Isabel (por ese orden) como primogénitos herederos del reino de Castilla, lo que supone, lógicamente, la negación de la Princesa Juana como hija legítima del rey Enrique.
El documento es también interesante porque de su atenta lectura también se desprende el compromiso y lealtad mutua entre los tres firmantes en llevar a cabo su arrojado propósito, que no era otro que el de garantizar la legítima sucesión de la corona castellana. Tengamos en cuenta, que no se estaba cuestionando la legitimidad de Enrique como rey (no existían mociones de censura en la Castilla medieval) pues la Corona era vitalicia por así establecerlo las leyes de Castilla y el mandato divino y no cabía más que asegurar la sucesión legítima de la misma y apartar de la Corte mientras tanto a las personas que según ellos estaban contribuyendo decisivamente al mal gobierno del reino. De este modo, los tres firmantes se comprometen a informarse mutuamente de cualquier negociación que pudieran llevar a cabo sin conocimiento inicial de los otros, a encabezar cualquier documento firmado con el propio documento suscrito entre los tres y lo más importante a mi juicio, ninguno de los tres podrá firmar acuerdo alguno con terceros referente a la sucesión a la Corona de Castilla. Todo ello, cerrado y sellado con un solemne juramento….
“…et juramos a Dios e a Santa María e a las palabras de los Santos Evangelios donde quier que estan et a la señal de la Cruz que corporalmente con nuestras manos derechas tañemos et demás desto fasemos voto solpene a Dios e la casa santa de Jerusalen sopena de ir allá a pie en penitencia, si lo contrario, fisieremos, lo que Dios no quiera, et otrosí pleito-homenage una et dos et tres veces, según fuero et costumbre Despaña como caballeros, homes fijosdalgo….”
Queda reflejado pues, en el documento, la clara determinación de los nobles al enfrentamiento directo con el rey y si bien es cierto, que la actuación de los tres estuviera movida en un primer momento por el recelo de verse apartados de la cercanía a la persona del monarca, no es menos cierto que estamos hablando de tres personas que con esa actitud se arriesgaban a perder vida y hacienda por lo que difícilmente podemos creer que fuera la ambición de poder lo único que los moviera, pues personas poderosas, ricas e influyentes ya lo eran y por tanto, tenían más que perder que ganar. La firma del documento de Escalona denota algo más. A mi juicio no solo es una reacción ante el nefasto gobierno de Castilla por parte de Enrique IV en esos años, hecho éste históricamente incuestionable. El documento es una reacción al conocimiento cierto de un hecho que en la Castilla del siglo XV era un escándalo sin par, la ilegitimidad de la Princesa Juana como heredera al trono. Las leyes castellanas y el mandato divino que las inspiraba no permitían tal ultraje y los tres firmantes, si bien, motivados sin duda como dije al principio por cierto afán de recuperar el protagonismo en la Corte y ajustar algunas cuentas pendientes con algunos nobles o eclesiásticos afines a Enrique, estaban decididos al enfrentamiento con el rey movidos principalmente por un ideal de fe y justicia que impregnaba en aquella época a los hombres de Castilla. Téngase en cuenta un hecho cronológico importante aquí en orden a descartar la ambición y el protagonismo como causa principal de la rebelión. El 20 de marzo de 1464, es decir, ni habían transcurridos dos meses cuando se firma del documento de Escalona, se otorgan las Capitulaciones entre el rey de Castilla Enrique IV y el rey de Aragón, Juan II en las que se acuerdan la entrega de distintas ciudades y villas y el cese del apoyo de Castilla a los rebeldes catalanes entre otras cuestiones. Pues bien, en nombre del rey de Castilla, quien firma, es Don Juan Pacheco, Marqués de Villena, así que, otorgar a la decisión de rebelarse contra el rey por parte de Pacheco un único afán de poder o protagonismo es algo que a la vista delos documentos, simplemente, no se sostiene.
Pero, ¿era sólo su fe y su visión idílica lo que les respaldaba?. En absoluto. Estamos antes dos personas, Alfonso Carrillo y Juan Pacheco (Pedro Girón era simplemente el hermano de Pacheco y de los documentos que han llegado hasta nosotros en ninguno se le revela decisión o ideas propias) que no sólo eran atrevidas, sino que manifestaban una decisión política y una inteligencia táctica digna de un buen ajedrecista. Revelarse contra el rey, sin respaldo distinto del honor y la justicia divina era simplemente un suicidio, y como vamos a ver estos nobles no estaban por la labor de dejar este mundo con fama de mártires.
Sabido por ellos era el hecho de que al ser la reina Juana pariente de la familia real portuguesa, llegado el enfrentamiento civil, Enrique contaría con el indudable apoyo del ejército portugués y su temida caballería. Tocaba púes, buscar un apoyo militar semejante en caso de enfrentamiento. Y el movimiento fue el esperado. Encontramos aquí también fechado en el año 1464 un documento extraído de los archivos del Conde de Benavente en que se establece por parte de la liga nobiliaria un acuerdo nada más y nada menos que con el rey de Aragón, Juan II. En el documento, se solicita el apoyo al rey de Aragón para que se dirija al rey de Castilla las peticiones de los nobles, dirigidas principalmente, al reconocimiento como herederos primogénitos de la Corona de Castilla a los infantes Alfonso e Isabel. En contraprestación, los nobles se comprometen a devolver a la corona de Aragón las ciudades y villas perdidas en los enfrentamientos con la corona castellana desde 1438. Queda a salvo, en el documento, expresamente, el Maestrazgo de Calatrava, que como bien sabemos pertenecía a Pedro Girón. También por parte del rey de Aragón se establece un aseguramiento de los bienes del Marqués de Villena a quien se compromete a garantizar su seguridad y patrimonio con la entrega de villas y ciudades semejantes a las que posea en Castilla en caso de ser despojado de sus bienes o tener que buscar refugio en Aragón si peligrase su vida. Vemos por tanto, como por parte de la liga nobiliaria se esperaba la lógica respuesta del rey y la búsqueda del apoyo de la vecina corona de Aragón ponía a la península al borde de un conflicto armado en orden la causa sucesoria, La decisión, el arrojo y la inteligencia política de Don Juan Pachaco queda fuera de toda duda.
Pero conseguido el apoyo de la Corona de Aragón, la liga nobiliaria no se quedó allí. Firmado en septiembre el manifiesto de Burgos, se dirigieron ese mismo mes diversas cartas a diversas ciudades y villas del reino de Castilla en busca del apoyo a sus pretensiones.
“ Concejos, alcaldes, ministros, regidores, caballeros, escuderos, oficiales e omnes buenos, parientes, señores et amigos……Ya sabeis los grandes males, et daños, tiranías, robos et estorsiones que los naturales de dichos reinos han padecido et sufrido después que el dicho señor rey comenzó a reinar…..”
El contenido de la misiva es similar al de la dirigida al rey y se centra en recabar el máximo apoyo para el reconocimiento de Alfonso como legítimo heredero del trono castellano y en apartar al Conde de Ledesma de la corte.
Tenemos por tanto los dos bandos ya conformados, por un lado, el rey Enrique, respaldado por el vecino rey de Portugal y una escasa parte de la nobleza castellana encabezada por la casa Mendoza y por otra parte tenemos a la liga nobiliaria, que tenía el respaldo de la mayor parte de la nobleza y ciudades castellanas, así como el respaldo de la Corona de Aragón. Y en medio de todo ello, dos niños, de apenas trece y once años, que en la localidad de Aranda permanecían expectantes que no ajenos a aquellos aires de guerra civil que se comenzaban a respirar ya de forma latente en todas partes del territorio castellano.
El conflicto armado parecía inevitable, el rey envía cartas a diversas ciudades y villas de Castilla a fin de que se preparen en armas mientras que Pacheco aviva el fuego en Jaén, y así, los primeros sonidos del entrechocar de aceros llegan de la jienense localidad de Baeza que es rápidamente pacificada por el condestable Miguel Lucas que escribiría….
“ En Baeza comenzó por entonces toda deslealtad e rebelión que contra el rey nuestro señor en estos reinos se cometió”
Y cuando todo parecía abocado al inminente comienzo de la guerra civil el rey, fiel a su personalidad conciliadora se avino a negociar con la liga nobiliaria. Las negociaciones tuvieron lugar aquel otoño de 1464 en Valladolid. Volvamos a la reflexión del capítulo anterior llegados a este punto. ¿Como es posible que un monarca legítimo de Castilla consintiera una rebelión en contra del derecho sucesoria de su hija?. Acusar al rey de no ser el padre de su hija era acusarle de ser un cornudo, lo que en la Castilla del siglo XV no era poca cosa para el honor de cualquiera y menos para el de un rey. No imagino otro camino que el del cadalso para cualquiera que se atreviera a semejante afrenta. ¿Por qué no aconteció así?. Un rey por muy pusilánime que fuera éste se dejaría llevar por sus más fieles asesores, su propia esposa Juana, mujer de carácter que en buena lid defendería el derecho a la Corona de su hija o por su familia política, el rey de Portugal, dispuesto a cruzar la frontera y defender la causa de los legítimos reyes de Castilla.
Pero quizás la conciencia del rey pudo más que todo eso, Enrique sabía que no era el padre de su hija, sabía que existían serias dudas sobre el proceso de nulidad de su primer matrimonio con Blanca de Navarra lo que por derecho conllevaría a la exclusión de Juana como heredera al trono castellano y era consciente de los favores y mercedes concedidas durante años en detrimento del bienestar de su pueblo y que habían sembrado un enorme descontento entre el pueblo y su rey muy fácil de azuzar por gente de la altura política de Pacheco y Carrillo.
El tormento de la conciencia. El auto juicio moral, que un hombre del medievo llevaba a cabo cercana o no la muerte o en este caso cercanos acontecimientos trascendentes de la propia vida es lo que empujó a Enrique IV a negociar. Sentado lo cual, pasemos de interpretar los indicios a relatar los hechos tal cual acontecieron.
Y los hechos acontecieron de una forma fugaz, verdaderamente impensada. Enrique, dicta el 4 de Octubre de 1464 una Cédula Real en la meritada localidad vallisoletana de Cabezón. En ella reconoce como legítimo heredero de la Corona de Castilla a su hermano Alfonso y establece como única condición que éste se case con su hija, la Princesa Juana. Enrique intentaba salvar su relación con la reina pues nos podemos imaginar la cara de ésta en Segovia al enterarse de que su marido había privado a su hija de la propiedad de la Corona castellana. Tengamos en cuenta, que además la princesa apenas contaba con tres años en aquel momento por lo que el establecer su matrimonio con Alfonso era algo que a efectos prácticos resultaba casi intrascendente y suponía una desheredación de facto. Pero Enrique quería volver a Segovia con algo que ofrecer a su esposa. Como bien puede imaginar el lector, Juana de Portugal no perdonó jamás este suceso a su esposo.
Y hablamos de Segovia, porque Enrique en este mes de Octubre de 1464 ordena trasladar la corte de la Reina de Aranda a Segovia, y con ella va a viajar Isabel que va a verse separada de su hermano. En poco tiempo Isabel sufre su segunda quiebra emocional de importancia, primero verse alejada de Arévalo y su madre y ahora de Aranda y de su hermano. Esta vez además con aires de guerra en Castilla y rumores de conspiraciones para el asesinato de su hermano. Isabel pese a ser niña, no era ajena a todo esto y nos encontramos ante los primeros instantes del paso a mujer de esta joven infanta de Castilla que cambiaría la Historia.
“….Sepades que yo por evitar toda materia de escándalo que podría ocurrir después de nuestros días cerca de la subcesion de los dichos mis regnos queriendo proveer cerca dello, segund a servicio de Dios et mio cumple: yo declaro pertenecer, segúnd que le pertenece, la legitima sucesión de mis regnos et mia ami hermano el infanta Don Alfonso….”.
La Cédula establece un mandato para que todas las ciudades, villas, nobles y miembros del clero juren a Alfonso como heredero en el plazo de tres días. La liga nobiliaria había conseguido tener por escrito su más ansiado deseo. Y Alfonso ocupaba así el primer lugar en la sucesión al trono de Castilla y por ende Isabel el segundo.
Pero los acontecimientos, se disparan, sabido por todos es que cuando uno muestra debilidad los enemigos apremian a atacar. Y así aconteció el reino nazarí de Granada, que viendo el conflicto sucesorio ataca el Castillo de Triana. Enrique reacciona a tiempo y ordena a Don Juan de Guzmán, Duque de Medina Sidonia y Don Juan Ponce de León conde de Arcos, su defensa. Estamos entre el 14 y 21 de Octubre de 1464 en donde podemos encontrar en los archivos del Conde de Arcos sendas misivas del rey ordenado la defensa a toda costa de la plaza. El hecho lo pongo en consideración para que tengamos clara la idea de un rey desbordado por los acontecimientos y con varios frentes abiertos. Muchas veces el tener el poder no basta para contener la irremediable fuerza de los acontecimientos que como catarata desbordan la vida de reyes y comunes.
Pero pasemos al otro lado del tablero de ajedrez de esta inquietante partida. La liga nobiliaria ya tenía el reconocimiento de Alfonso como heredero al trono de Castilla, pero en buena lógica ese acuerdo escrito había que plasmarlo en hechos y siendo grande y mutua la desconfianza no quedaba otra solución que acordar una serie de garantías en orden al cumplimiento de lo acordado días antes. Así se firme en Valladolid, el 25 de Octubre de 1464 el conocido como Concierto entre Enrique IV y la liga nobiliaria. Son firmantes del acuerdo junto con el rey, Don Juan Pacheco, Don Beltrán de la Cueva, El Obispo de Calahorra, Don Pedro de Velasco, hijo del Conde Haro y el Vizconde de Torija. Todos ellos van a llegar a los siguientes acuerdos:
La zozobra del rey queda claramente resumida en la frase final del documento al manifestar que……
“…..se escriba por el rey e por todos los caballeros conformemente a todo el regno la orden que se ha dado a la paz e sosiego, e como son diputados jueces para dar orden a las cosas del buen regimiento del regno e que todos se allanen e pacifiquen e todas las cosas tornadas tornen al estado en que estaban antes destas roturas e movimientos…”
Estamos ante un rey consciente de que su claudicación personal ha quebrado de forma perpetua su vida personal pero que tiene la ilusoria esperanza de que el reino quede pacificado con su sacrificio. Sin embargo, el rey guarda una prenda aun en su poder. La Infanta Isabel está en la Corte en Segovia y este hecho junto con otros de no menor importancia van a motivar que continúan las negociaciones durante todo el mes de noviembre y parte de Diciembre (téngase en cuenta que quedaba pendiente la aprobación en Cortes del nombramiento del Infante Alfonso como legítimo heredero). Es a finales de noviembre cuando se vuelve a plasmar otro acuerdo en un nuevo documento capitular, esta vez firmado en pleno campo entre las localidades de Cidón y Cigales (Valladolid). En él se van puliendo algunos aspectos con respecto al anterior. Así, es de resaltar que desaparecen las garantías personales y reales a las que se obligaba Don Juan Pacheco en orden a asegurar el cumplimiento de lo acordado. También desaparecen las promesas hechas al Obispo de Calahorra, que dada su proximidad con Beltrán de la Cueva se verá posteriormente obligado a abandonar la Corte.
Pero lo más interesante de este documento es que en el mismo, por primera vez, se va a hacer mención a la figura de la Infanta Isabel. Y su mención no es algo meramente formal. Es una mención con un contenido interesante. Ya dije anteriormente que quedaba un cabo suelto para la liga nobiliaria, y que éste era la figura de la Infanta que permanecía en la Corte de Segovia junto a la Reina (Enrique fue bien aconsejado en traerla rápidamente de Aranda en este turbulento otoño de 1464 pues se temía que Pacheco, dada la escasa guarnición que la custodiaba, pudiera hacerse con Isabel). En estas capitulaciones se recoge el derecho de la infanta a tener casa propia en Segovia, ordenando que la acompañen cinco o seis mujeres designadas por la madre de Isabel. Emerge, por tanto, la figura de Isabel de manera específica en esta contienda sucesoria y si bien lo hace con un carácter segundario no es menos cierto que Pacheco y Carrillo querían tener en su poder una segunda opción en caso de que al Infanta Alfonso le sucediera alguna desgracia, como así quiso Dios que acaeciera.
Sea como fuera lo que si tenía claro Enrique y sus asesores era que había que poner fin a esta sucesión de capitulaciones y acuerdos de una manera definitiva y para ello emplaza a todos a la villa de Medina del Campo (Valladolid) a fin de que en la misma se realizaran las negociaciones definitivas y se plasmaran las mismas en un documento final que pudiera presentarse a las Cortes. Este documento es lo que se conoce como Sentencia de Medina del Campo y recoge las conversaciones habidas en dicha localidad entre los días 11 de diciembre de 1464 y 16 de Enero de 1465. Antes, el 7 de diciembre, Enrique dicta una Real cedula a fin de que el pueblo tenga conocimiento de los acuerdos adoptados en orden a la pacificación del Reino.
En esta sentencia de Medina del Campo se van a nombrar cuatro jueces-árbitro, dos por cada bando, de este modo por el lado de la liga nobiliaria estarán Juan Pacheco y el Conde Álvaro de Zúñiga mientras que por el lado realista estarán Pedro Velasco, hijo del Conde de Haro y Gonzalo de Saavedra, Comendador de Montalbán. Se hace un quinto nombramiento en la figura del prior general de la Orden de los Jerónimos, Fray Alonso de Oropesa, que sólo intervendrá en caso de diferencia irresoluble entre ambas partes. Pacheco no tarda en cobrarse su pieza y el 12 de diciembre se dictan sendas órdenes para el inmediato abandono de la Corte de Beltrán de la Cueva y el Obispo de Calahorra. De las deliberaciones acontecidas en aquellos días no nos han llegado pruebas documentales así que tendremos que centrar el análisis en la Cédula Real de enero de 1465 comunicando a las ciudades y villas los acuerdos de la sentencia compromisaria dictada por los cinco anteriormente meritados jueces.
Y resulta curioso que en tan importante documento que pretendía poner fin a una contienda que llevaba enquistándose meses, el primer punto de los acuerdos que recoge la Sentencia sea dedicado a la Infanta Isabel, que es tratada de forma privilegiada. Así en un primer momento se le reconoce a la Infanta el tener casa propia en Segovia, con cinco o seis mujeres que la atiendan, elegidas y enviadas por su madre desde Arévalo. Asimismo, el mantenimiento de la Infanta correrá a expensas de la Corona. A continuación, se reconoce el derecho a la Infanta de vivir en Arévalo hasta que contraiga matrimonio (un error este de valor inimaginable para el rey, pues perdía la única pieza de valor que le quedaba en su poder en esta partida de ajedrez). Se elige como morada de la Infanta en Segovia el Palacio de Enrique IV, antigua casa de Ruiz Díaz (hoy en día se mantiene en pie y es el actual museo de arte contemporáneo). Se permite a la infanta, además, que conviva con un hombre honesto (Isabel elegirá sin dudar a Don Gonzalo Chacón) que a su vez podrá elegir otros dos hombres honestos. La figura de Isabel aparece por primera vez en los documentos de la Historia de Castilla como un personaje principal de la Corte y es que como ya se adujo con anterioridad pese a tener solo trece años ya mostraba un vivo interés por las intrigas y luchas de la Corte, mas supongo como autodefensa, que como verdadero interés político personal, lo cual no quita que empezara a tener un análisis cierto de la vida en la Corte y de lo importante que era el estar rodeado de personas leales y capaces, extremo éste que ll evo a efecto durante toda su vida.
La sentencia establece después compromisos diversos, como la supresión de la guardia mora personal del rey, el establecimiento de las operaciones militares contra el reino nazarí de Granada, la persecución de la herejía y diversas medidas en orden a garantizar la preminencia de la fe y costumbres católicas en el reino, así como la organización, nombramiento y conservación de los bienes de los distintos miembros del clero. Una medida importante es que se obliga al rey a impartir justicia en audiencia pública todos los viernes, intentando así frenar el enorme descontento que existía en el reino con su monarca por las enormes injusticias y arbitrios cometidos durante su reinado. Se pretendía asó poner al rey frente al pueblo llano, obligándole a escuchar sus demandas y querellas y a resolver sobre ellas. El documento tiene una vasta extensión pues en él se recogen hasta ciento veintinueve acuerdos y contiene un mandato final obligando a villas ciudades y concejos al cumplimiento de todo lo estipulado en su cuerpo.
Tenemos, por tanto, un conflicto sucesorio que parecía resuelto en favor del Infante Alfonso, una emergente Infanta Isabel a la que se reconoce un cierto estatus privilegiado, un reforzamiento del clero en orden a la consagración de la fe católica como única, verdadera y suprema en el reino y unas medidas tendentes al restablecimiento de la justicia común. Todo ello configuraba un espacio aparentemente idílico y un modelo de consenso tendente a evitar un conflicto armado. Sin embargo, los acontecimientos van a deparar justamente todo lo contrario……pero eso será ya en Ávila y en otro capítulo.
Escrito en Aranjuez a 16 de noviembre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
“….y por eso los varones mortales conformándose con los mandamientos divinos deben huir toda división, y seyendó leales á su Rey pugnar por el sosiego de su propia tierra, donde ovieron el nutrimento; porque si reusan de lo hacer, allende de ser ingratos á la tierra que los crió, necesario será, si ella padece, padecer juntamente con ella, y por tanto es mejor trabajar por la paz' de los muchos, que caer con el mal de todos”.
La cita corresponde a Don Pedro González de Mendoza, Obispo de Calahorra. Se trata de un documento fechado en junio de 1465 y refleja el intento de un hombre justo para evitar una contienda civil. La carta está dirigida fundamentalmente a los partidarios del Infante Alfonso a fin de evitar el conflicto armado que parecía ya ineludible en las tierras de Castilla.
Pero, ¿de qué manera se había llegado a esta situación en unos pocos meses? En enero de ese mismo año se había dictado la sentencia de Medina del Campo, en el que la comisión paritaria reunida para la pacificación del reino establecía no solo el reconocimiento del infante Alfonso como heredero legítimo al trono de la Corona y la significación de la figura de la Infanta Isabel, si no que regulaba con minuciosidad y detalle los aspectos más diversos de la gobernanza del Reino (más de cien medidas se recogen en el texto). La voluntad del rey en evitar la guerra civil era notoria y su sumisión a la figura de Pacheco se vio reflejada en las primeras víctimas que el Marqués de Villena se cobró sin dilación alguna. Así, se ordenó el inmediato abandono de la Corte de Don Beltrán de la Cueva por distancia de catorce leguas y tiempo de seis meses. La misma suerte corrió el Obispo de Calahorra y peor fortuna tuvo Alfonso de Badajoz, hasta entonces secretario de Enrique IV, que fue acusado de corrupción junto con sus dos hermanos, Fernando y García (los conocidos como los badajoces) y sufrió no sólo el destierro en primer momento, si no la confiscación de sus bienes y la prisión con posterioridad. Pacheco se mostró implacable con la gente cercana a Enrique IV y su rápido proceder no se debía simplemente a un resarcimiento moral si no que tenía una clara finalidad política. Conocedor como era de la escasa fuerza de voluntad del monarca pretendía ahondar más en esa debilidad descabezando a su más próximo entorno. Enrique viéndose amenazado se refugia con sus leales en torno a Salamanca, los nobles ya con el infante Alfonso bajo su custodia se hacen fuertes en tierras de Ávila.
La primavera de 1465 va a ser testigo de los rápidos movimientos del Marqués de Villena. Así los primeros días del mes de abril nos van a dejar dos documentos que revelan los claros movimientos de este tablero de ajedrez que sólo buscan el jaque al rey. El 13 de abril de 1465 en Plasencia, el infante Alfonso emite una cédula por la que entrega la ciudad de Trujillo a Don Álvaro de Zúñiga, Conde de Plasencia. Unos días antes había ordenado a Don Luís de Chaves (en apariencia un simple ciudadano de Trujillo) acudir con premura a su presencia. Luis de Chaves Álvarez de Escobar, era, sin llegar a ostentar ningún título nobiliario de primera categoría, uno de los personajes más relevantes de las tierras extremeñas y particularmente de Trujillo de ahí que Pacheco, en un movimiento inteligente, quería asegurase la lealtad de las tierras extremeñas en caso de un conflicto armado, pues sabía con relativa certeza que el único aliado posible que Enrique podía conseguir para su causa era el vecino reino de Portugal. De ahí que sumar a la causa del Infante Alfonso a las tierras extremeñas fuera una estrategia inicialmente imprescindible.
El mes de abril culmina con otra cédula del infante Alfonso (que ya encabeza sus misivas con su título de Príncipe y Maestre de la orden de Santiago) esta vez dirigida a la ciudad de Oviedo y aledañas en la que ordena que se entregue la posesión del Principado de Asturias a Don Diego Fernández de Quiñones, Conde de Luna. De la atenta lectura de la carta podemos extraer la justificación de los movimientos de Pacheco para su jaque al monarca:
“…Ya sabéis las cosas en este regno pasadas é como por me ser ocupada la subcesion de estos dichos regnos se juntaron este año pasado los Grandes dellos é procuraron mi libertad, é que yo fuese jurado por Príncipe segund que de justicia é derecho me pertenecía é pertenece: é agora yo soy certificado, que aquellos que están cerca del dicho rey mi Señor, mi hermano quieren tornar é procurar é porfiar porque yo aya de ser desheredado: é quanto esto sea deservicio de Dios é del dicho Rey mi Señor é deshonor de la corona real d estos regnosé daño é destruicion dellos por los males é daños que por ellos se esperan seguir “
Innegable es que a Alfonso como príncipe heredero le correspondían los territorios del Principado de Asturias y por tanto su derecho a reclamarlos y a ponerlos bajo la custodia de un hombre de su confianza no puede ser cuestionado. Sin embargo, el contenido de la misiva no se limita a la legítima reclamación de lo que le corresponde si no a la puesta de manifiesto de la supuesta conjura del rey Enrique y su entorno en contra de la figura del Infante. Ni que decir tiene que la conjura en contra de su persona no tenía otra forma de materializarse más que a través del asesinato, y la muerte pocos años más tarde del Infante Alfonso en extrañas circunstancias no debe hacernos perder esta perspectiva.
Pero ¿era cierta esta acusación del Infante?. Si leemos a Prescott éste se postula con esta línea de pensamiento “ el resultado de estas deliberaciones resultó tan perjudicial a la autoridad del rey que el débil monarca fue persuadido fácilmente de que debía desautorizar la conducta de los comisionados basándose en su secreto pacto con sus enemigos, o incluso intentar su captura”. Nadie puede dudar que Enrique IV fue un rey que intento evitar el conflicto civil a toda costa, pero no es menos cierto que era un padre que había privado de la legítima propiedad del trono de Castilla a su supuesta hija y que este extremo era muy difícil de entender en su entorno y principalmente en la figura de su esposa, quien, a buen seguro, y nada más conocer el alcance de los acuerdos de su esposo con los nobles, lo puso en conocimiento del rey de Portugal, en busca de su inmediato apoyo. Un apoyo que resultaba fácil de conseguir, pues la corona portuguesa de un solo golpe podría ayudar a su pariente y hacerse con el trono de Castilla una vez muerto Enrique.
Pacheco conocía este extremo, de ahí que, si vis pacem, para bellum. Pacheco también conocía el problema que existía con la defensa de Sevilla y su comarca. La desesperada misiva del Duque de Medina Sidonia de primero de mayo rogándole a Enrique el inmediato envío de socorro y dinero para poder mantener la defensa de los territorios de los ataques de las tropas comandadas por Pedro de Estúñiga nos revela un escenario en el que vemos a un rey atrincherado en Salamanca, ya en compañía de nuevo de Don Beltrán de la Cueva, que no es capaz de atender la presta y requerida gobernanza del reino.
Herido, pero no muerto. Algo hace reaccionar a Enrique. Alguien más bien. Juana su mujer por seguro. La familia Mendoza también toma partido por el rey. Y se producen dos golpes inesperados para los partidarios del infante Alfonso. Dos hechos violentos, inesperados por Pacheco y por Carillo. El primero la toma por la fuerza de la villa de Ocaña. El segundo, más duro y significativo. Un levantamiento en armas contra el infante Alfonso en la villa de Arévalo. La significación de Arévalo para Alfonso e Isabel era por todos conocida y el amotinamiento contra el Infante, que se encontraba acompañado de Pacheco y Carrillo no podía entenderse de otra forma que un casus belli.
Alfonso y sus partidarios se refugian en Plasencia y allí, retoman su ofensiva diplomática, que esta vez va acompañada de algunos hechos de más fuerza. De la biblioteca del monasterio de El Escorial he podido rescatar un documento de 10 de mayo de 1465 firmado por el propio Marqués de Villena, su hermano, Pedro Girón, el Conde de Benavente y el Conde Plasencia, en el que en nombre del infante Alfonso y sus partidarios denuncian el incumplimiento del rey Enrique de los acuerdos de la sentencia de Medina del Campo, acusándole veladamente de querer asesinar al Príncipe y de casar a la infanta Isabel (como veremos el marido buscado estaba nada más y nada menos que en la corte portuguesa).
“…..Continuando vuestra altesa la defensión de los males en la dicha suplicación nombrados. y queriendo ir contra lo jurado en lo que atañe al casamiento de la señora Infanta vuestra hermana, ynon remediar las cosas susodichas, nin querer la paz nin concordia de vuestros regnos susodichos, por la presente desde agora por entonces nos despedimos de vuestra altesa por nosotros y por todos los Perlados y caballerosy ascuderos y hidalgos de sus casasde ellos., y por la provisión y facultad que de ellos avernos y tenemos,ponemos á ellos y ¿nosotros so amparoy protección de nuestro salvador y redentor Jesu-Christo, por cuya otorgacion y provisión vuestra señoria hasta hoy ha regnado…..”.
Quedaba roto así el acuerdo de Medina del Campo, y a las puertas de Castilla golpeaba ya la mano de la guerra. Ese mismo día, el infante Alfonso ordena la confiscación de todos los bienes de Don Juan de Ulloa, noble de la villa de Toro en favor del Conde de Benavente. Estos movimientos hay que entenderlos desde el punto de vista militar. Los soldados no estaban a disposición de la familia real, pertenecían a los nobles, de ahí que, si había que acudir a una guerra, no había que reclutar soldados, sino nobles partidarios de la causa que aportaran tropas, castillos y fortalezas. En este sentido por parte de Enrique, se conocen misivas al Conde Aro para que permanezca fiel a la causa realista, misivas que también son enviadas al dicho Conde por parte del infante Alfonso.
Y en este ir y venir de cartas y escaramuzas se va a producir un hecho que van a recoger los libros de historia. La conocida como la farsa de ´Ávila. Era un miércoles 5 de junio de 1465. Frente a las murallas de Ávila se construye un pequeño escenario de madera y en él se hace una representación del rey mediante un muñeco, vestido de luto y provisto de todos los atributos regios, corona, cetro y espada. El Marques de Villena, su hermano Pedro Girón, el Arzobispo de Toledo, el Conde Benavente, Don Fadrique Almirante mayor de Castilla, el Conde de Plasencia y el Conde de Osorno Comendador Mayor de Castilla, presiden el acto. Se procede a la lectura de un manifiesto en el que se realizan cuatro acusaciones:
1ª. Por la primera, la falta de dignidad real merecía perder la corona, procediendo el Arzobispo de Toledo a quitar la misma del muñeco.
2ª. Por la segunda, la falta de justicia en el reino merecía perder la administración de la misma, procediendo el Conde Plasencia, Álvaro de Zúñiga, le quitó la espada al muñeco.
3ª Por la tercera, merecía perder el reino, y Don Rodrigo Alonso Pimentel, Conde Benavente le quitó el cetro.
4ª Por la cuarta merecía perder el trono y la reverencia real, y Don Diego López de Zúñiga derribó el muñeco al grito de ¡¡Al suelo, puto¡¡.
La guerra estaba declarada. Y un niño de once años es sentado en el improvisado trono y proclamado rey.
¡¡ Castilla, Castilla , por el rey Don Alfonso!!
Las murallas de Ávila recogen el eco de las gentes allí congregadas y que asisten con vehemencia a la proclamación del nuevo rey.
Mientras tanto, Isabel, permanece informada de todos los acontecimientos y va a convertirse en el inmediato objeto de disputa entre la liga nobiliaria y el rey, pues, si algo aconteciera a Alfonso, seria esa niña de trece años la legítima propietaria del trono de Castilla. Resulta curioso, que, proclamado un nuevo rey previa deposición del actual, el inmediato objetivo de ambas partes sea la infanta Isabel. Quizás la débil salud de Alfonso alertó a Pacheco a fin de tener una segunda pieza que mover en ese tablero de ajedrez que eran las tierras de Castilla. Movimiento tras movimiento el rey seguía en jaque.
Escrito en Aranjuez a 30 de noviembre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas
El verano llamaba a las puertas de aquel año 1465. Y el rey Enrique IV en su siempre prudente proceder tendente a evitar cualquier tipo de confrontación, prefirió primero dar la batalla legal a sus adversarios. Detengámonos antes a fin de analizar la situación del reino en la Crónica de Alfonso de Palencia, rica en detalles sobre cómo prendía la mecha de la rebelión en distintas ciudades. Así, el cronista nos relata la división de la ciudad de Salamanca en dos bandos, y señala a Don Beltrán de la Cueca como el origen de la fractura al concederle el rey todas las magistraturas de la ciudad, el castillo y la iglesia. La ciudad de Toledo era tomada para Alfonso por el Conde Cifuentes. Córdoba sucumbía también bajo el ataque de un joven capitán, Don Alfonso de Aguilar y pasaba a formar parte de las ciudades a favor del Príncipe. Pedro de Estúñiga controlaba Sevilla y para solemnizar el acto de proclamación de Alfonso como rey incluso se llegó a sacar, en solemne procesión de la catedral el pendón del rey Fernando III el Santo, el Almirante de Castilla había tomado rápidamente Valladolid para Alfonso y lo mismo ocurrió con Burgos, tomada por Don Pedro de Velasco, hijo del Conde de Aro.
Vemos, por tanto, importantes ciudades de Castilla que abiertamente se declaran en favor de Alfonso y son rápidamente tomadas lo que nos hace pensar no en que tuvieran escasa defensa sino que la población tomó partido desde el primer momento por los rebeldes y facilitó en gran medida la toma militar de sus ciudades.
Pero volvamos a Ávila, y permítame el lector un breve inciso para contarle cómo llegó Alfonso a Ávila. En Ávila se encontraba el arzobispo de Toledo con mil doscientos jinetes. Sin embargo, el príncipe Alfonso, enterado de las revueltas de Salamanca, marchó hacia ella, sabedor de que la defendía Don Beltrán de la Cueva con más de mil quinientas tropas de caballería. Lo que parecía un aparente suicidio no era más que una hábil estratagema pues, a mitad de camino, Alfonso giró rumbo a Ávila don de a las puertas le esperaba el arzobispo con su millar de jinetes a fin de hacer una entrada triunfal en la ciudad y preparar al pueblo para la deposición del monarca que estaba a punto de acontecer. La rebelión acreditaba estar en manos de personas sagaces capaces de obrar con destreza en el ámbito político y militar.
El bando realista contaba con sesenta mil soldados de infantería y catorce mil de caballería. Una fuerza militar muy superior a la rebelde, por lo que no se entiende, desde el punto de vista militar, la postura del rey de no querer presentar batalla y someter una a una las ciudades rebeldes. Para comprenderlo debemos de ahondar en la personalidad del rey, que si bien ha sido motejado por la Historia como impotente o pusilánime se ha de reconocer también su inmenso afán por evitar regar de sangre las tierras de Castilla aunque ello supusiera el enfrentamiento con sus cercanos y un notable desprestigio personal con sus contemporáneos.
Para evitar el baño de sangre que ya había comenzado en el Reino, Enrique acudió a la mediación de la única instancia que ambas partes en contienda no osarian desobedecer, el Papa. Así el catorce de julio, a penas transcurrido un mes de los sucesos de Ávila, el rey dirige una dura carta al Papa Paulo II que comienza así
“ Muy Santo Padre ….traición hecho é cometido por algunos malvados mis rebeldes é desleales contra Dios é contra justicia en injuria é vilipendio de vuestra Santidad é contra mi estado é preeminencia real., y en total destruicion e absolución de mis regnos é señoríos é de todos los tres estados, haciendo que se llame Rey destos mis regnos e señoríos el Infante don Alonso mi hermano que es menor de doce años”
La larga misiva, conservada en el archivo vaticano, apela al derecho natural, civil, romano y castellano a fin de exponer al Santo Padre los argumentos jurídicos que desvirtuarían la deposición. El rey recurrió al Papa a fin de que mediase en el conflicto, declarando nula la deposición a fin de que el Príncipe Alfonso no se intitulase rey.
Los rebeldes no deseaban la intervención del papa, pues muy difícil sería de defender ante el pueblo de Castilla la legitimidad de la causa del Príncipe si ésta no tenia la aprobación de Roma y la réplica epistolar a su Santidad, si bien se hizo esperar unos meses ( es remitida a Roma el nueve de Diciembre desde Sevilla ) es bastante contundente en cuanto a su contenido pues se hace especial énfasis en la cercanía del rey Enrique con el mundo musulmán y el grave peligro de esta conducta no solo para Castilla sinó para toda la Cristiandad.
“Azote de Dios fué verdaderamente D. Enrique, tan enemigo de la fe como apasionado de ios moros, pues supo convertir los bienes que estaba obligado á procurar á sus pueblos, la gloria y la justicia, en abominables males, en escándalo y en violentísima tiranía. No consintió que se infiriese el menor daño á los moros, pero los causó innumerables á los soldados: pidió sus sufragios á la Iglesia, y ésta nunca tuvo más encarnizado enemigo: exigió dinero para combatir á los infieles, y despojó así de sus bienes á los cristianos para hacer opulentos á los sarracenos: debió atemorizar á éstos rodeándose de multitud de soldados católicos, é infundió terror á los fieles con todo género de ofensas, infortunios, ultrajes y desdichas, haciéndose seguir de infames satélites moros, cuyos robos, estupros, fuerzas é inhumano furor contra los nuestros, crudamente extendido por todo el reino, no hay pluma que pueda describirlos. No reconociendo otra ley que su capricho, abolió todas las de sus progenitores: declaró nulas las constituciones de los pueblos, sancionadas por legítimos poderes, y fué su principal estudio extirpar toda probidad de las costumbres, esclavizar a los fieles y dar libertad á los moros. No contento con el exterminio de sus subditos, traspasó los limite de la perversidad privando del honor á su ca • al cetro, de la gloria; de la legítima libertad a estados y de la honestidad al lecho conyuga, tentó oponerse con empeño al feliz matrimonio. de la princesa Doña Isabel, con total olvido de las órdenes de su padre, de las leyes del reino y del afecto debido á la hermana. Para estorbar la sucesión á la corona á su único hermano, apeló á recursos hasta entonces inauditos, é intentó privar á este Príncipe, de índole tan admirable y, por decirlo así, dechado de angelicales virtudes, de la herencia presente y de la futura, pues se cree haber alentado también contra su vida. En cambio, y para ruina de estos reinos, trabajó por declarar á la agena prole heredera del trono”.
Los partidarios del Príncipe sabían que el Papa podía poner fin a su causa y de ahí la vehemencia de la misiva y el especial énfasis en la debilidad de Enrique con el infiel. Destaca también la figura de la Infanta Isabel, quien vuelve a aparecer en escena, poniéndose en conocimiento del Papa el primer intento de Enrique de forzar su matrimonio con Alfonso V de Portugal y por supuesto no podía faltar la alusión a la falsa paternidad de la princesa Juana.
La internacionalización del conflicto era un hecho. Pero Enrique no sólo había pensado en Roma como aliada. Su mirada giró ciento ochenta grados y se volvió al oeste, a la vecina Portugal en busca de ayuda. para ello, otorgó un poder a su esposa fechado el 6 de Julio de 1465 en Zamora para que en su nombre negociara el matrimonio de la Infanta Isabel con Alfonso V de Portugal. El esperado acuerdo se firmó rápidamente y tenia una doble vertiente. Por un lado el aspecto económico material. Así, el rey Enrique depositaria cincuenta mil doblas de oro en Ciudad Rodrigo en concepto de arras y por su parte Alfonso de Portugal concedería a Isabel otras treinta mil doblas de oro así como las ciudades de Torres Vedras, Alanquer y Santarem. El segundo aspecto, el militar. Alfonso V pondría a disposición de Enrique mil quinientos jinetes y tres mil soldados de infantería.
La jugada de Enrique se completaba con un ofrecimiento de indulto a los rebeldes otorgado en la ciudad de Toro el 15 de Julio…..
“yo por la presente así como Rey y Señor vos perdono y remito todos y qualesquier penas y casos en que ayades caido y incurrido en los tiempos pasados fasta el dia de la data desta mi carta, por razón de qualesquier delitos y maleficios y crímenes que ayades fecho y cometido en qualquier manera, así en la dicha compañía como en otra manera, y vos mandare restituir y tornar todos y qualesquier vuestros bienes y oficios”.
El tablero de ajedrez parecía volcarse del lado realista. La habilidad mostrada en las negociaciones con Portugal resaltan a la reina como una mujer de carácter decidida a defender el derecho sucesoria de su hija, pues aplastada la revolución y desaparecido con ella el príncipe Alfonso no era difícil suponer una reivindicación de la figura de la Princesa Juana. La superioridad militar era evidente con la ayuda del vecino reino portugués y junto con el ofrecimiento de indultos a los rebeldes parecía atisbarse un fin pacífico a la rebelión, quien o aceptaba el perdón o sucumbía bajo las armas.
Y sin embargo, este aparente infalible plan acabó en un estrepitoso fracaso. Y ello aconteció principalmente porque una niña de catorce años no estaba dispuesta a casarse con un hombre impuesto, que por edad podría ser su padre y sobre todo al que no amaba.
Escrito en Alicante a 8 de Diciembre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
Isabel la Católica. La forja de una Reina. Parte VIII.
El tortuoso verano de 1465 tocaba a su fin. La inesperada habilidad política manifestada por Enrique IV había sorprendido a los nobles partidarios del príncipe Alfonso. La aparición de Roma en el tablero de ajedrez de la partida castellana sembró, por primera vez, las dudas en el baldo rebelde. Oponerse a un rey indigno era algo justo, oponerse al mandato de un Papa era algo que estaba fuera del alcance de cualquier cristiano y caballero del siglo XV. Además, la firma, el 15 de septiembre, en la portuguesa ciudad de Guarda del acuerdo matrimonial entre Alfonso V y su hermana Juana, la reina de Castilla, acordando los términos de la boda con la Infanta Isabel y el apoyo militar del reino portugués era un aspecto que desbordaba la capacidad de la liga nobiliaria. Del original, conservado en el archivo de Simancas he sacado este extracto del principio del documento que revela lo claro y conciso de su objetivo:
“…Por quanto amtre nos da huma parte é o muy illustre Rey de Purtugual nosso muy caro é muy amado primo, hirmaao é amiguo da outra he trautado é fablado é concer tado casamemto prazendo á nosso Senhor, do dicto Rey de Purtugual com a muy illustre Inflante donna Issabel, nossa muy cara é muy amada hirmaa, é assy pera comelusam dello como pera demandar ajuda á o dicto Reyde Purtugual pera a necessidade que á o presente nos ocorre comtra os cavalleiros á nos desobedientes é reveesé que comtra nos se han levantado é revellado em estes nossos regnos, he acordado que a Raynha donna Johana, nossa muy cara é muy amada moler vaa á sse veer cora o dicto Rey de Purtugual seu hirmaao é em nosso nome e com nossso poder de assemto é conclusam no dicto casamento, é otorgue os recabos é seguridades que cumprara pera a paga da dote que se ha de dar á o dicto Rey de Purtugualcom a dicta IíTamte….”.
El plazo establecido para la celebración de la boda era de ocho meses por lo que antes de Mayo de 1466 debería de celebrarse el enlace.
A nadie escapa que los partidarios de Alfonso eran más hábiles escribiendo que combatiendo. La fuerza de su rebelión se había basado en una poderosa campaña de comunicación que había apuesto de su parte a gran parte del pueblo castellano. Pero asumir una guerra civil abierta con grandes batallas era otra cosa. Y eso ni Pacheco ni Carrillo lo habían contemplado. En sus cálculos estaba derrocar a un rey pusilánime, pero hasta el más torpe de los monarcas siempre encuentra a su lado a alguien capaz dispuesto a aconsejarle. Que lo haga o no es cuestión distinta. Pero este caso Enrique IV escuchó con su oído izquierdo a la poderosa familia Mendoza que le sugirió la internalización del conflicto castellano poniendo en conocimiento del Santa Padre el levantamiento castellano, y con su oído derecho escuchó el consejo de su mujer de acordar un pacto con su hermano el rey de Portugal. Ambos movimientos, hacía salir de la posición de jaque al rey de Enrique Iv y de volcar el tablero en su favor. Y ello sembró el desconcierto entre las filas del príncipe pues no esperaban unos movimientos tan rápidos como efectivos.
Pero el afán conciliador de Enrique IV se impuso de nuevo. Se acordó una tegua entre ambos bandos que abarcó desde el 5 de octubre de 1465 hasta el 28 de febrero de 1466. Enrique no quería pasar otro otoño y otro invierno como el del año precedente.
La respuesta del Papa, supuso un gran respaldo para Enrique IV. El Santo Padre no sólo condenaba el levantamiento castellano si no que envió a la corte de Enrique IV como nuncio papal a Antonio Jacobo de Véneris y concedía la bula para el matrimonio concertado entre Alfonso V rey de Portugal y la Infanta Isabel. El rey en un intento de agasajar a su hermana le concedió la villa de Trujillo. Del archivo del Conde de Miranda encontramos este mandato expreso fechado a 20 de febrero de 1466 dirigido al poderoso Luis de Chaves:
“Luis de Chaves: ya sabéis como por otras mis cartas y sobrecartas he enviado á mandar á esa ciudad de Trujillo, que recibaes por Señora á la Infanta doña Isabel mi muy cara y muy amada hermana :y agora porque todavía es mi voluntad que sea recebida por Señora y le sea dada posesión, lo qual es mucho cumplidero á mi servicio, envió mandar por otras mis cartas á esa ciudad que luego la recibía, sigund por ellas veréis*, por ende yo vos mando, si servicio me deseades facer, que sin poner en ello mas dilación”.
Firmado el acuerdo con el monarca portugués solo quedaba convencer a la Infanta de llevarlo a cabo y Enrique no dudó en intentar comprar su voluntad. Isabel estaba a punto de cumplir quince años y su custodia en la corte de Enrique IV hacía presagiar que el enlace con el rey de Portugal se llevaría a término sin problema alguno. Ello pondría fin al conflicto sucesorio en Castilla, apartaría a la infanta de las intrigas castellanas, al trasladarse a la corte portuguesa, eliminando así una importante y emergente figura del tablero de ajedrez.
Pero que Isabel aceptara este matrimonio significaría el abandonar la causa de su hermano. A nadie escapa que Isabel estaba lógicamente más unido a su hermano Alfonso que a su hermano Enrique (nunca entenderé porque siempre se alude a la condición de hermanastro de Enrique cuando él e Isabel eran hermanos de padre y por tanto, no hermanastros) pues su infancia había transcurrido siempre en la mutua compañía. Ello no significa que el trato de Enrique a Isabel fuera malo. Del estudio de la correspondencia entre ellos no se deduce tal cosa. Podemos verlo en esta carta de Enrique a Isabel:
“ Muy virtuosa mi señora y hermana. Una letra de vuestra merced recibí. Por cierto puede vuestra señora ser cierta que no ay cosa que yo pueda fazer por vos servir y complacer que no la faga así como hermana. Muy virtuosa mi señora, porque yo he fablado con el mayordomo largo cerca desto que a vuestra merced toda, no mas sino que me remito a lo que cerca de vuestra merced scrive, suplicándole que de mi tenga creydo la vida porque por vos complacer e servir.Teneos en muy gran merced porque me scrive que no fará cosa de que yo reciba enojo. Yo señora, lo remediaré muy presto como a vuestra señoría cumple. También señora, vos suplico siempre se acuerde de mi, puesto que no teneys persona en este mundo que tanto vos quiera como yo. Que las de vuestra merced besa el Rey, vuestro hermano”
La carta es emotiva, pues si bien el alago es algo gratuito, de las líneas de la misiva se desprende un afecto verdadero. Enrique podía se run hombre dócil, un rey en cierto modo indolente o débil de carácter, pero era una persona dotada de gran sensibilidad. Su frase al Obispo de Calahorra afeándole su deseo de una respuesta armada al levantamiento castellano es muy significativa en orden al mantenimiento de esta aseveración personal mía sobre el humanismo de Enrique:
“ Los que no habéis de pelear, padre Obispo, ni poner las manos en armas, sois muy pródigos en las vidas ajenas”.
Pero Isabel, aunque bajo custodia en la Corte (no confundir el término bajo custodia con secuestro o privación de libertad alguna, pues Isabel gozaba de una vida cómoda junto a la esposa del rey). Era una mujer ( se aprestaba a cumplir quince años y eso en el siglo XV era ya ser mujer) forjada en el carácter propio. Su atenta observancia de los conflictos castellanos y la vida en la Corte le habían afianzado los valores que desde niña tenía inculcados. Desde el dominico Lope de Barrientos ( al que el rey Juan II le había encomendado la formación del Infante Alfonso pero nos consta que instruyó más a Isabel que a su hermano), los franciscanos de Arévalo, su abuela materna, Beatriz de Silva y como no, Don Gonzalo Chacón habían forjado en la fragua del alama de Isabel tres valores principales, Justicia, Fe y Convicción. Y estos tres valores no estaban en venta.
Nos consta (del archivo del Conde de Miranda) la restitución de la villa de Aranjuez a la esposa de Don Gonzalo Chacón, hecha por el Príncipe Alfonso el 20 de febrero de 1466 en un claro intento de complacer a su hermana Isabel. Se intentaba equilibrar mercedes a la Infanta por ambos bandos, lo que denota la gran importancia que Isabel tenía ya en la vida de Castilla. Y esta importancia no pasaba desapercibida a la otra gran mujer de la corte de Castilla, la reina Juana. La portuguesa distaba mucho de ser una simple reina consorte y había vislumbrado el peligro que suponía Isabel. No olvidemos que Juana era madre de una princesa semirepudiada y a la que se había desprovisto de la aparente y legítima propiedad del reino de Castilla y eso para una madre y una reina era muy difícil de digerir. De ahí que moviera sus piezas con astucia e intentara complacer a la Infanta para que aceptara el enlace con su hermano. En el archivo del Conde de Miranda encontramos también una carta de la propia reina Juana fechada el 8 de abril de 1466 en la que recuerda a Luis Chávez el pago de las rentas de Trujillo a la Infanta Isabel y en el archivo del Conde de Arcos encontramos otra carta de la reina, del 6 de julio de 1466 a Don Rodrigo Ponce de León, hijo del Conde Arcos, prometiéndole ciertas mercedes si sometía a la rebelde ciudad de Sevilla a la causa del rey. Vemos la figura de una reina activa y decidida a defender la causa de su marido.
Pero el plazo de ocho meses para la entrega de la Infanta tocaba a su fin. Isabel había rechazado casarse con un hombre que podía ser su padre y cuyo matrimonio le supondría alejarse de Castilla. Y aquí entra en escena nuestro querido Juan Pacheco. El Marqués de Villena, conocedor de la negativa de la Infanta al matrimonio, intenta un acercamiento a Enrique IV. Así nos lo describe el cronista Alonso de Palencia:
“ Por aquellos días, tuvo unas entrevistas con Don Enrique el Marqués de Villena, que a los dos reyes traía engañados, que acumulaba males sobre males y trastornábalo todo con su violencia y supercherías”
Pacheco era consciente de que la toma de partido del Papa por el bando realista había causado un gran daño en el apoyo popular inicial que había tenido la revuelta. Ello, como expuse anteriormente unido al acuerdo con el rey de Portugal para el matrimonio de la infanta Isabel suponía el práctico fin de la rebelión y el acercamiento al monarca puede entenderse como un doble juego tendente a intentar salvar su propia figura o una argucia para dinamitar definitivamente el acuerdo portugués. Lo segundo es lo que aconteció. La firme negativa de la Infanta a tomar matrimonio y salir de la Corte motivó el desaire del rey de Portugal y supuso un duro golpe en los planes de Enrique y Juana. Y ahí aparece Pacheco a fin de ofrecerle una salida a Enrique. Una salida en forma de matrimonio y con la misma protagonista. Y esta vez, no será solo la firme decisión de la infanta si no la providencia la que dé al traste con los planes de Pacheco.
Ese año de 1466 es testigo también de las primeras disensiones del bando nobiliario en su cabeza. El cronista Alonso de Palencia nos da cuenta de la Junta celebrada en Arévalo en la que Carrillo afeaba a Pacheco el haber puesto al cuidado del Príncipe Alfonso a determinados mayordomos de costumbres licenciosas. Carrillo sospechaba que este litigio no fuera fruto de la mera casualidad sino que se trataba de una argucia de Pacheco a fin de buscar debilidades en la figura del joven Alfonso que pudieran serle de utilidad conocer y controlar en el futuro. No le faltaba razón al arzobispo de Toledo. Esa primavera de 1466 no sólo va a despertar al campo después del duro invierno, sino que también va a destapar a Pacheco como un jugador a ambos lados del tablero.
Escrito en Aranjuez a 15 de Diciembre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
Isabel la Católica. La forja de una Reina. Parte IX.
“Este buen Marqués procura siempre mantener a los dos hermanos en un círculo de todos los grandes del Reino, algunos de los cuales llaman rey a Don Enrique, como nosotros a Don Alfonso, y él puesto en pie sobre el hombro de cada uno de los reyes, nos riega a todos en derredor con inmundo líquido”.
La escatológica, pero acertada definición del comportamiento del Marqués de Villena en aquel confuso año 1466 pertenece al Almirante de Castilla Don Fadrique. El aparente espíritu de orden y justicia para Castilla con el que había nacido la liga nobiliaria se quebró de golpe con las integras de Juan Pacheco.
En efecto, al Marqués de Villena se le podrán negar las virtudes de un buen cristiano, pero no se le podrán negar las habilidades de un gran político. Mantenerse entre dos aguas con la habilidad extrema que demostró no estaba al alcance de cualquier necio. Como expuse en el capítulo anterior uno de los pocos aciertos del rey Enrique fue buscar la alianza con Portugal en el conflicto sucesorio, ofreciendo en matrimonio a la infanta Isabel. Este hecho, unido a la expresa resolución del Papa en favor del bando realista, motivó el acercamiento de Pacheco al rey Enrique. Este acercamiento fue furtivo, es decir, a espaldas de la mayoría de los miembros de la liga nobiliaria, aunque como hemos visto, era de sobra conocido por todos. Finalizado el periodo de tregua fijado por ambos bandos para el arreglo del conflicto se reanudaron las hostilidades entre ambos bandos. Si bien es cierto que la tregua nunca fue tal, pues son varios los episodios de armas producidos en ese aparente armisticio, no es menos ciertos que no hubo grandes batallas entre ambos bandos salvo la final de Olmedo, sino más bien escaramuzas de mayor o menor envergadura y un continuo ir y venir de ambos reyes por distintas partes del territorio castellano. La cuestión es que el conflicto seguía abierto y que el Marqués de Villena no las tenía todas consigo. La rotunda negativa de la infanta Isabel a contraer matrimonio con Alfonso de Portugal abrió una nueva vía para la solución de la cuestión sucesoria. Se ofreció de nuevo a la infanta como moneda de cambio, y esta vez el pretendiente no era tan distinguido como el anterior. El candidato era nada más y nada menos que Don Pedro Girón, maestre de la Orden de Calatrava y a la sazón hermano de Juan Pacheco. Se solicitó rápidamente la dispensa papal, pues Pedro Girón era Maestre de la Orden de Calatrava y el voto de castidad era uno de los requisitos exigidos al maestrazgo de dicha orden. La boda se celebraría en Madrid y el argumento esgrimido meses antes por la infanta como respaldo a su rotuna negativa a la propuesta matrimonial del monarca portugués de que “las infantas de Castilla no podían disponer de su matrimonio sin el consentimiento de los nobles del reino” parecía ahora de menor peso y por tanto insuficiente para respaldar una segunda negativa.
El matrimonio era un hábil movimiento de Enrique para acabar con la disputa dinástica, pues apartar a Pacheco de la liga nobiliaria era acabar con ella. Además, Pedro Girón era, por decirlo así, el brazo armado de la liga, pues había conseguido prácticamente levantar en armas a la mitad de Andalucía contra el rey Enrique. Casada la infanta con Pedro Girón la deposición de Alfonso sería sólo cuestión de tiempo y además, Pacheco se guarda una carta en la manga pues si Isabel llegaba algún día al trono de Castilla lo haría con su hermano de la mano.
Pero volvamos un momento a Isabel. En estos capítulos hemos visto a una niña que creció en Arévalo en un ambiente de devoción cristiana y en un entorno familiar. Educada como una infanta de Castilla cuyo objetivo era solo el buscar un matrimonio que afianzara las relaciones de la corona castellana con otras monarquías recibió una formación cultural suficiente pero no extensa por lo que Isabel pudo desarrollar una piedad religiosa de la mano de los franciscanos que llenó muchos espacios de tiempo aparentemente ociosos. Esa aparente vida tranquila se rompió al ser llamados ella y su hermano a la Corte en Segovia ante el embarazo de la reina Juana. Y allí se produce el cambio de niña a mujer de Isabel, pues va a ser testigo de las intrigas castellanas en primera persona. El proceso de maduración personal de la Infanta, de la mano de su más fiel consejero Don Gonzalo Chacón es un proceso que no pasa desapercibidos a ambos bandos del conflicto sucesorio y en poco tiempo vemos cono tanto Alfonso como Enrique intentan satisfacer a Isabel con diversas mercedes. No olvidemos tampoco la sentencia de Medina del Campo que como vimos en capítulos anteriores supone el primer afianzamiento documentado de Isabel como personaje principal de la corte castellana. Pero Isabel era la única prenda de valor que tenía Enrique. De ahí que no quisiera desprenderse de ella. Tras un primer periodo en Aranda, Isabel regresa a Segovia con la reina Juana mientras que Enrique va a ir deambulando por Castilla en este periodo de escaramuzas que va a prolongarse por casi tres años en que va a ver dos reyes en Castilla. Si queremos cerrar los ojos y situar geográficamente a cada uno en este periodo podemos decir que Enrique estuvo gran parte del tiempo en Valladolid, Isabel en Segovia y Alfonso en Arévalo.
Estamos en mayo de 1466. Isabel, por tanto, acababa de cumplir 15 años y ha sido entregada en matrimonio por su hermano a un hombre vulgar, de linaje inferior y que casi la triplica en edad. Pero esta vez la negativa de Isabel no basta a Enrique, el matrimonio ha de celebrarse para poner fin a la contienda. Isabel se refugia en su fe. Se encierra en su habitación y pide a Dios que la libere de ese mal concertado destino. Prescott nos describe brevemente pero con gran acierto el estado anímico de Isabel y su decidida resolución a no contraer matrimonio con Pedro Girón:
“Al recibir la noticia se encerró en su habitación absteniéndose de todo alimento, sin dormir de día ni de noche, según dice un historiador contemporáneo, e implorando a Dios, con las más lastimeras súplicas, que la salvara de este deshonor con su propia muerte o con la de su enemigo. Estando un día lamentándose de su mala suerte con su leal amiga Beatriz de Bobadilla, “Dios no lo permitirá”, exclamó la gallarda dama, “ni yo tampoco” y entonces, sacando una daga que ocultaba para este propósito en su seno, juró solemnemente clavársela en el corazón del maestre de Calatrava tan pronto como apareciera”.
Que Isabel a los quince años era ya una mujer de férreas convicciones, carácter y voluntad propia era ya un hecho consumado. En pocos meses se disponía a una segunda negativa a su obligado casamiento y esta vez con la muerte como solución final. Y la muerte, necesaria a veces por duro que suene, va a llegar. Va a llegar súbita, de manera inesperada y lo va a hacer no de manos de Isabel si no de la Providencia. El cronista Alfonso de Palencia nos describe los movimientos previos a la celebración del matrimonio y el perfecto plan del rey Enrique y Pacheco para descabezar a los rebeldes.
“ Púsose (Pedro Girón) al frente de un fuerte ejército de tres mil caballos escogidos y marchó a tierra del Tajo con la intención, que luego se conoció, de atraer de paso a una conferencia al arzobispo de Toledo, su tío, y según se cree, apoderarse de su persona…..después cuando los dos reyes y doña Isabel su hermana, se hubiesen colocado bajo su salvaguarda proponíase prenderla con Don Alfonso, tomarla a ella por esposa, con escarnio de las leyes y aprovechar su maldad para encumbrar más y más al marqués llevando por norma la sentencia de Juvenal: Aude Aliquid brebibus gyaris aut carcere dignum, si vis ese aliquid”
La planificación del movimiento es digna de análisis. Las crónicas castellanas sitúan a Isabel en Ocaña (Tierra del Tajo como describe Palencia) y que Pedro Girón marchara allí desde la localidad de Almagro nada más y nada menos que con tres mil jinetes no es que quisiera hacerse acompañar de un elevado séquito nupcial, sino que se pretendía dar un golpe militar definitivo descabezando a la liga nobiliaria prendiendo al arzobispo de Toledo, pues Carrillo era ya el único que defendía la causa de Alfonso, y celebrar por la fuerza el matrimonio con la infanta Isabel. De ahí la acertada elección de Palencia del aforismo latino del sátiro juvenal que traducido viene a decir “ si quieres ser alguien, realiza una acción audaz que merezca la cárcel”.
De un solo movimiento, Villena pretendía acabar con la liga nobiliaria que apenas dos años antes había encabezado, volver a tener el favor real y tener a su hermano en la línea sucesoria de la corona como posible rey consorte de Castilla, pues nadie dudaba que Alfonso, al firmar el consentimiento de la boda estaba firmando quizás su propia sentencia de muerte.0 Y en esta tesitura solo un milagro podía variar el curso de las cosas.
Y el milagro…aconteció. Lo hizo el día dos de mayo, Don Pedro Girón fallecía en la localidad de Villarubia. La causa según el propio Palencia una infección de garganta, aunque la carta enviada al marqués de Villena comunicándole el fallecimiento de su hermano nos describe una supuración por los oídos, lo que nos hace pensar en una aguda septicemia. Se adujo por algunos al envenenamiento como causa de la muerte del hermano del Marqués. Tengamos en cuenta que el veneno más utilizado en aquella época era el arsénico, pero el relato de la agonía de Girón no concuerda con la sintomatología de la intoxicación por arsénico. También se utilizaban venenos naturales como el acónito y el beleño pero estas son plantas con efectos analgésicos que causan una muerte limpia en grandes dosis y tampoco concuerda con los síntomas del infortunado Maestre de Calatrava. Se describe en la carta al marqués que el mal comenzó en la garganta lo que nos hace pensar que efectivamente la causa de la muerte es una aguda infección de garganta que degeneró en septicemia, descartando, por tanto, el envenenamiento.
Y así, por medio de la Providencia quedo liberada la infanta Isabel de aquel acordado matrimonio que tan desgraciada la hubiera hecho, pero la inmediata consecuencia del inesperado desenlace del plan de Pacheco fue simplemente la esperada. Engañados por todos por el marqués de Villena sólo quedaba resolver la afrenta en el campo de batalla, y así tras dos años de escaramuzas, la guerra va a poner su sombra en los campos de Castilla.
Escrito en Florencia a 22 de Diciembre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
Isabel la Católica. La forja de una Reina. Parte X.
“Sin dubda caballeros , mucho me pluguiera que el rigor de la batalla fuera hoy escusado , asi porque las muertes, de donde mayor enemiga recrece, se quitaran; como porque de la guerra nunca procede amistad ni concordia. Pero considerando la poca templanza , é menos acatamiento del Arzobispo de Toledo , é de los otros caballeros é Grandes que están en Olmedo contra mi servicio , é visto como quieren mostrar mas sobervia que obediencia, é mas presunción que cortesía, sin venir en conocimiento de sus yerros, que con tanta fealdad han ensayado , quiero contra mi grado dar lugar al rompimiento que hoy se espera”.
Arenga de Enrique IV a sus tropas instantes previos a la batalla de Olmedo.
Derrotado por la Providencia, que es enemigo imprevisto para la gente escasa de alma y sobrada de cálculo, Pacheco tardó más de lo acostumbrado en reaccionar. A partir del infausto mes de mayo de 1466 para la causa realista y durante varios meses se van a suceder diversos episodios militares de mayor o menor trascendencia pero que ya son continuos, pues son las armas las únicas que parecen poder dar fin al conflicto.
Del bando nobiliario se va a descolgar también el conde Benavente, quien en privado se mofaba de las habilidades militares del Arzobispo Carrillo y había planeado el secuestro del Príncipe Alfonso junto a la marquesa de Villena. Si, la marquesa, leen bien. No se vayan a creer que era una consorte al uso, sino que era una mujer también implicada en las intrigas de su esposo. El lugar elegido era la localidad de Portillo, en Valladolid. Allí acudió Alfonso acompañado del Arzobispo de Toledo, que fue invitado a no entrar en la ciudad por Pedro de Velasco, el Conde de Haro y conminado a partir hacia Ávila. El Arzobispo Carrillo, en contra de su voluntad, enojado e iracundo, comprendió que el Conde también se había pasado al bando realista como puedo comprobar meses después en la batalla de Olmedo en la que el escudo de la casa de Haro luciría n el frente de batalla junto al del rey Enrique. Alfonso estuvo retenido varios días en Portillo, pero logró salir y poner rumbo a Avila donde le aguarda Carrillo. El objetivo era ya el de poder reinar solo y elegir su futuro. Carrillo había logrado una salida que complacía al joven Príncipe el matrimonio con la hija del Rey de Aragón, Doña Juana. El marqués de Villena era ya una figura desenmascarada para los partidarios de Alfonso y se hacía ineludible buscar una alianza que la fortaleciera y esa alianza solo estaba al este de Castilla.
Pero por increíble que parezca, Don Juan Pacheco va a volver al lado rebelde. ¿Como fue eso posible?. Sencillo de explicar. La muerte de su hermano derribó como un castillo de naipes todo lo hábilmente planeado por el marqués, pero a Pacheco no le convencían las explicaciones de la supuesta muerte por causas naturales de su hermano y esas dudas las aprovechó bien su tío. El arzobispo de Toledo sabía que la guerra a campo abierto era ya inevitable e inminente. No podía esperar a la boda de Alfonso con la Infanta Juana de Aragón, pues ésta apenas contaba con doce años de edad y la única tabla de salvación eran las tropas del Marqués de Villena. La única forma de atraer a Pacheco de nuevo a la causa de Alfonso era la de hacerle ver que su hermano había muerto envenenado y que el asesino estaba en la corte de Enrique. Y así aconteció. Pero el recelo con Pacheco era evidente dentro del bando rebelde y en especial en Alfonso. Pacheco tenía al joven rey rodeado de informadores que vigilaban día y noche sus pasos. Carrillo era conocedor de ello, pero necesitaba las tropas del marqués. Y en este nudo de desconfianza mutua va a transcurrir este gris 1466 con un último intento de acuerdo entre ambos bandos. El Conde Plasencia en representación de Don Alfonso, el Marqués de Santillana en representación de Don Enrique y actuando como árbitro y juez Fray Alonso de Oropesa, padre prior de San Bartolomé de Lupiana, escribieron para la historia otra página más de las infructuosas negociaciones que durante los últimos años habían colmado el reino castellano.
Alfonso acudió a Madrigal a fin de visitar a su madre. Pero Pacheco, conocedor de la desconfianza de Alfonso decidió sacarlo de la villa abulense con destino a Ocaña. Antes de llegar a su destino se detuvieron en Almorox. Allí, Carrillo, el Almirante Fadrique y Pacheco fueron informados de que el rey Enrique estaba en Olmedo junto con su esposa e hija con escasa guarnición y planearon el secuestro de la familia real. Bastaba una pequeña compañía de soldados para cumplir la misión y Carrillo se encaminó a Olmedo encabezándola. Sin embargo, el rey fue advertido y corrió rápidamente a Segovia a buscar refugio en el Alcazar y el arzobispo de Toledo tuvo que retroceder a Ávila ante el fracaso de la misión.
Y mientras todo esto acontecía que ¿era de Isabel?. Conocedores ambos bandos de la importancia de la figura de una infanta de Castilla que había demostrado ya que camino de cumplir 16 años tenía una personalidad arrolladora y que ocupaba un puesto en la línea sucesoria a la corona que no era de desdeñar, intentaron contentarla. Cierto es que Alfonso no necesitaba comprar la lealtad de su hermana pues su vínculo fraterno era sin duda indestructible por más que se desenvolvieran en un mundo en que la lealtad siempre estaba en venta. Pero a Castilla había llegado por fin una Trastámara que ni compraba ni se vendía, y que en la fe y la justicia tenía los pilares sobre los que construir su vida. Enrique en cumplimiento del arbitrio de Medina del Campo permitió a Isabel tener casa propia en Segovia, lo que supuso por fin el poder liberarse de la incómoda presencia de la reina Juana. El 12 de Marzo de 1467 encontramos mediante documento firmado por el rey Enrique en Madrid, se hace donación a Isabel de la villa de Casarrubios del Monte, haciéndola efectiva dos días después Don Gonzalo Chacón tomado posesión de la misma en nombre de la Infanta. Además, Enrique obtuvo para Isabel, del Papa Paulo II, el privilegio de tener un altar portátil a fin de poder asistir a misa con doce personas. Ambos bandos son sabedores de que este año 1467 va a ser decisivo en el conflicto dinástico y no quieren perder una pieza muy importante en el tablero, la Infanta Isabel. Sin embargo, la pertenencia de la Infanta Isabel al bando realista era una simple cuestión posesoria pues Isabel estaría siempre junto a su hermano Alfonso. Pero Enrique y los Mendoza sabían que Isabel era una baza crucial a su favor….siempre y cuando estuviera bajo su custodia. El problema era que Pacheco y Carrillo también lo sabían, y así este año del señor de 1467 va a ser testigo de dos grandes mazazos para el rey Enrique. Pero todo a su tiempo…..
El 30 de mayo de 1467, Alfonso hizo una entrada triunfal en Toledo, que se había levantado en armas contra Enrique. Las calles abarrotadas aplaudían al joven rey, acompañado del Arzobispo de Toledo, los Condes de Plasencia y Benavente (éste último otro redomado traidor) el Condestable Conde de Paredes, los condes de Castañeda, Osorno, Cifuentes, Ureña y Ribadeo, los obispos de Coria y Burgos, y por supuesto….Don Juan Pacheco el omnipresente marqués de Villena. Al día siguiente en la Catedral, abarrotada el joven Alfonso hacía su juramento militar ante un pueblo de Toledo que con fervor mostraba su partido por el bando rebelde.
La sorpresa y estupefacción en el bando realista por el giro de la postura de Pacheco era evidente pues la guerra ahora se mostraba pareja ante el equilibrio de las fuerzas militares de ambos bandos. Entramos en el mes de junio de 1467, el fervoroso apoyo del pueblo de Toledo empuja los ánimos del ejército rebelde que encamina sus pasos hacia el norte camino a Ávila en busca del enfrentamiento directo con Enrique. Una vez reunido en Ávila todo el ejército se intenta tomar la villa burgalesa de Roa, perteneciente a Don Beltrán de la Cueva, pero el intento resulta baldío. Sin embargo, Olmedo y Valladolid también se alzaron contra Enrique, a la primera se dirigió Alfonso con su ejército donde fue recibido con entusiasmo por toda la población. Enrique y Beltrán de la Cueva temerosos de que la importante Valladolid también callera del bando rebelde intentaron cortar el paso a sus tropas ocupando el único puente accesible para cruzar el Duero camino a Valladolid, el puente de Tudela de Duero. Sin embargo, un campesino local condujo al ejército a un vado no lejano que podía cruzarse a pie y por el cual una avanzadilla del ejército de Alfonso pudo sorprender por su retaguardia a los desprevenidos soldados realistas que custodiaban el paso por el puente. Quedaba libre el camino así a Valladolid. Pero el ejército de Alfonso decidió acuartelarse en Olmedo. Estamos en el mes de agosto de 1467 y el destino, a veces tan irónico va a querer que esta localidad sea testigo, veintidós años después de una nueva batalla. Si en 1445 en olmedo se enfrentó el ejército castellano al navarro aragonés, esta vez la localidad de Olmedo va a ser testigo de la más cruenta batalla de esta guerra civil castellana.
Ciertamente que la batalla no era esperada por el ejército rebelde pues la decisión de platearla surgió de manera rápida tras el apremio de los Mendoza y Don Beltrán de la Cueva al rey Enrique de coger por sorpresa al bando rebelde. Importante en la toma de esta rápida decisión fue la de convencer al Conde de Haro, Don Pedro Fernández de Velasco, de que apoyase la causa del rey Enrique y el hecho de que el Marqués de Villena se encontrase en Toledo. Se pretendía asestar un golpe de gracia y acabar con el dilema sucesorio en el campo de batalla. Los Mendoza reunieron su ejército en Cuellar a tan solo 4 kilómetros de Olmedo, el Conde Haro se encaminaba hacia allí con seiscientos lanceros y Beltrán de la Cueva cierra el ejército realista. Sobre Beltrán de la Cueva Prescott nos deleita con una deliciosa anécdota de la batalla…
“Antes de que comenzara la acción, el arzobispo envió un mensaje a Beltrán de la Cueva, entonces elevado al título de duque de Albuquerque, avisándole para que no se aventurara en el campo de batalla, ya que no menos de cuarenta caballeros habían jurado darle muerte. El galante caballero, que en ésta como en otras ocasiones desarrolló una generosidad que de alguna manera disculpaba la parcialidad de su señor, devolvió el envío con una particular descripción de la ropa que intentaba llevar, caballeresco desafío que estuvo a punto de hacerle perder la vida”
Los cuarenta caballeros no es que tuvieran nada en especial ni personal contra el Duque de Alburquerque a excepción de las doblas de oro que el Marqués de Villena había prometido a quien le atravesara el pecho con su espada. Como verá el lector, si bien Pacheco no pudo estar en la batalla no fue ello óbice para que su sempiterno odio a Don Beltrán de la Cueva alcanzar el campo de batalla en forma de medievales sicarios. Sin embargo, Beltrán de la Cueva era caballero hábil con la espada y de acrecentado valor en el combate, lo que le hizo salir con vida, pero no ileso.
El 19 de agosto de 1467, cincuenta jinetes salieron de Olmedo al mando de García de Padilla el clavero de Calatrava (clavero es una dignidad de las órdenes militares que distingue al custodio de las llaves del Castillo, Convento Mayor y Archivo) a fin de vigilar los movimientos del ejército realista. Uno de los jinetes fue reconocido por Don Beltrán de la Cueva como antiguo compañero de armas y se solicitó parlamentar con él con la única finalidad de hacerle ver la superioridad del ejército realista. Tan convencidos estaban de la victoria que Don Beltrán de la Cueva tuvo la chulería de ofrecer al jinete 50.000 maravedís si se atrevían a presentar batalla en Olmedo. Y así fue. Informado el Arzobispo Carrillo de la inminente aparición del ejercito de Enrique no quiso resguardarse en la ciudad y el día 20 de agosto de 1467 salió a campo abierto al frente de su ejército. El príncipe ( o rey como prefiera el lector) Alfonso quedó en retaguardia, en la puerta del monasterio de Santo Domingo acompañado del Obispo de Coria y algunos caballeros. El arzobispo de Toledo destacaba por el manto escarlata con una blanca cruz bordada que llevaba sobre su coraza. Enfrente, el rey Enrique rodeado de treinta caballeros como guardia personal, encomendó la dirección táctica de la batalla a un caballero navarro Pierres de Peralta.
Por difícil que resulte de creer el resultado de la batalla fue……que quedó inconclusa. Los historiadores y cronistas no reconocen como vencedor a ninguno de los dos bandos, aunque el arzobispo Carrillo reclamó junto a Alfonso la victoria en el propio campo de batalla una vez que vio como Enrique abandonaba la batalla. Si leemos las crónicas de Alfonso de Palencia y de Diego Enríquez y la relación de fuerzas y bajas de cada bando si podemos decir que, si hubiera que declarar un ganador ese hubiese sido el del bando del rey Enrique, sin embargo, su apresurada huida del campo de batalla fue un error no tanto militar como político, pues antes como ahora la propaganda en tiempos de guerra era un arma más de los ejércitos y a veces más efectiva que la más afilada de las espadas. Fue este el primero de los dos grandes errores que cometió Enrique en menos de un mes y que van a suponer un duro mazazo en sus expectativas de victoria en el conflicto sucesorio.
¿ Y cual fue el segundo? El segundo fue clamoroso. En su obsesión por buscar una salida pacífica al conflicto, Enrique volvió a mirar a Roma. Días después de la batalla de Olmedo, se dirigió a Medina del Campo, donde recibió al nuncio del Papa, Antonio de Veneris, seguro de que si había mandato expreso del Santo Padre de que cesara la rebelión, la liga nobiliaria caería de inmediato, pues el Arzobispo de Toledo o el Marqués de Villena (recién nombrado maestre de la Orden de Santiago) no harían llegar su ambición más arriba del cielo. Y mientras Enrique se frotaba las manos intentando camelar al enviado del Papa, Pacheco y Carrillo vieron que era ahora o nunca. La pieza más valiosa que le quedaba en el tablero a Enrique estaba desguarnecida. Isabel estaba en Segovia. Allí también estaba la Reina y pese a que Segovia y su alcázar estaban bien custodiados las guerras a veces no las deciden solo las armas. Pacheco, sabedor del recelo del caballero Pedrarias de Ávila (encargado de la defensa de la ciudad) para con el rey Enrique IV por haberle hecho preso en Madrid años antes, compró al caballero y en fugaz movimiento nocturno desde Olmedo, trasladó el ejército y entró en la ciudad. Era el 17 de septiembre de 1467. Isabel, no quiso refugiarse en el Alcazar como si hizo la reina. Aguardó a su hermano en su palacio de la ciudad. Así nos lo cuenta Diego Enriquez:
“…pero la Infanta Doña Isabel no quiso ir con la Reyna , antes se quedó en el Palacio con sus Damas”
Ese fue el día en el que Isabel volvió a ser plenamente libre. Y a partir de ese mes de septiembre de 1467, en el que las llamas del verano daban su último crepitar, la figura de Isabel va a emerger como la más importante de Castilla. Tenía solo dieciséis años.
Escrito en Aranjuez a 29 de Diciembre de 2024
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
Isabel la Católica. La forja de una Reina. Parte XI.
“Yo, confiando del Obispo de Segovia y Pedrarias Dávila, su hermano, la mi cibdad de Segovia e dexándoles por guarda della e de la Reyna, mi nuy cara e muy amada mujer, e de la Infanta, mi muy cara e muy amada hermana……ellos con gran ingratitud e desconocimiento, dieron e entregaron la dicha ciudad al marqués de Villena e al arzobispo de Toledo, e quisieran prender a la dicha Reyna, mi mujer, sy no se acogiera al mi alcazar de cicha cbdad”
Extracto de la carta de Enrique IV a Rodrigo Pimentel, Conde de Benavente.
El 17 de septiembre de 1467 es una fecha clave en la vida de Isabel la Católica. Con tan sólo 16 años y desde ese mismo día, Isabel va a ser la dueña de su propio destino. Para sorpresa de muchos, va a emerger la figura de una mujer que, revestida de la apariencia de una simple Infanta de Castilla, va a ser un ejemplo de mujer moderna, capaz de tomar por sí misma no sólo sus propias decisiones, sino también, decisiones de buen gobierno. Este es un extremo inédito hasta entonces en Castilla y que debemos analizar con esmero paso a paso.
Enrique IV cometió un error de ajedrecista principiante. Creyendo que llevaba el control de la partida dejó desguarnecida la figura más valiosa del tablero, y no sólo la más valiosa por su importancia cualitativa, si no también cuantitativa, porque tras más de tres años de conflicto sucesoria, Isabel era la única figura de entidad que tenía bajo su custodia. Este clamoroso error en mezcla de nuevo con la providencia será lo que en poco más de un año sitúe a Isabel en el centro de Castilla y de la Historia. Pero como dije al lector, paso a paso.
Ese mismo día 17 de septiembre, Isabel, no se lo va a pensar ni un minuto. Liberada la ciudad y refugiada la reina Juana en el Alcazar, Isabel es por primera vez absolutamente libre en el aspecto personal desde que fuera traída de Arévalo años atrás por orden de su hermano. Y es a Arévalo donde se va a dirigir ese mismo día, a fin de estar en la compañía de su hermano Alfonso y de su madre con una parada intermedia en la localidad segoviana de Santa María Real de Nieva.
Cierto es que la toma de la ciudad de Segovia fue conseguida con escasa lucha pues la habilidad del Marqués de Villena así lo propició, al comprar la voluntad de los defensores de la ciudad, Pedrarias Dávila, el Obispo de Segovia y Perucho de Monjaraz. Así mientras más de mil hombres de armas esperaban en la Plaza de San Miguel en lo alto de la ciudad las órdenes para defender Segovia de los sitiadores partidarios del rey Alfonso, los tres traidores abrieron un postigo de la propia casa del Obispo por el que entraron las tropas de Alfonso. La ciudad se rindió casi sin lucha y la reina Juana corrió a refugiarse en el Alcázar. Pedrarias Dávila guardaba un gran rencor contra Enrique IV pues años atrás lo había mandado encarcelar en Madrid donde sufrió además un intento de asesinato y guardaba contra el rey un encendido resentimiento que no dudó Pacheco en avivar hábilmente.
El cronista Alfonso de Palencia así nos lo cuenta:
“……pero bien pronto lo apaciguó todo Pedro Arias con auxilio de sus amigos y criados en armas, quedando ya por Don Alfonso las puertas y toda la ciudad, menos el Alcázar, donde la reina Doña Juana, que moraba en las casas del rey se refugió apenas oyó el tumulto. No así la hermana de Don Alfonso y segunda esperanza de estos reinos, la infanta Doña Isabel, la cual libre de todo temor, le recibió con alegre semblante, congratulándose gozosamente con él de que la fortuna les hubiese sido favorable y de que la divina Providencia les hubiera salvado del peligro de muerte”.
El emotivo reencuentro entre ambos hermanos es fielmente descrito por el cronista quien ya califica a Isabel como segunda esperanza de estos reinos, pues a nadie escapaba que Alfonso tenía apenas trece años y que aun sin descendencia, si algo le sucediera la corona de Castilla sería para Isabel, una vez negada la legitimidad de Juana como hija de Enrique IV. La felicidad entre amos hermanos en Segovia contrataba con el dolor por el duro golpe sufrido por su hermano Enrique.
La noticia abatió a Enrique, había perdido la ciudad más importante del reino, su mujer se encontraba sitiada en el Alcázar, el pendón real estaba en manos de Alfonso, Pacheco y Carrillo. En tan solo tres días, no solo moría ese verano de 1467 sino que también habían muerto las expectativas de Enrique de poner fin al conflicto de la sucesión. Sus acuerdos de ese mismo año con el rey de Inglaterra o con el propio Papa a fin de reforzar su posición internacional quedaban frustrados ante una imagen de ridículo que se empezaba a extender por todo el reino, pues que confianza se podía tener en un rey que era incapaz de defender a su reina y a su ciudad más valiosa. Como digo, el abatimiento del rey fue total y perdida Segovia decidió retirarse desde Medina del Campo donde se encontraba a la villa de Cuellar….y allí iba a recibir una visita inesperada.
Pues sí, si hay un hecho notable en toda esta contienda es el continuo ánimo del marqués de Villena por mantenerla siempre encendida, pasado de un bando a otro sin el menor recato y siempre en provecho propio aun a costa del sufrimiento de la propia Corona y el pueblo. Pero mérito no hay que quitarla a Don Juan Pacheco, porque cambiar de bando continuamente suponía un esfuerzo de credibilidad notable y de un modo u otro al final ambos bandos siempre acababan confiando en las propuestas del marqués, por lo que de caballero sin honor y lealtad era evidente su condición tanto como de hábil estratega político. Creo que Nicolás Maquiavelo en su obra El Principito debió de retroceder su vista un poco más en el tiempo y fijarse en Don Juan Pacheco antes que en Fernando el Católico como figura inspiradora de su personaje, pues si alguien encarnó la filosofía del fin justifica los medios ese fue sin duda el Marqués de Villena. No es una figura a ensalzar desde el punto de vista moral, sin duda, pero si es una figura a resaltar desde el punto de vista histórico, pues su trascendencia en el devenir de los acontecimientos de Castilla es cardinal.
Pues bien, estando Enrique llorando sus penas en Cuellar recibe un mensaje de un emisario del Marqués de Villena de que se dirija a la villa de Coca. Y allí se va a dirigir Enrique, tras discutir con todos sus allegados y partidarios en Cuellar que le desaconsejaban acudir a la misma. En Cuellar le va a recibir el Obispo de Sevilla quien le va a comunicar que Juan Pacheco, se encuentra en el Alcázar de Segovia y que allí le espera con las condiciones de un nuevo pacto en defensa de sus intereses. Y a Segovia, obediente se encamina Enrique. El cronista Diego Enríquez nos describe con acierto este ir y venir del triste monarca:
“ De tal guisa, que con solas palabras de vana esperanza le hicieron andar por sus reynos, mas en son de peregrino, que como Rey e Señor”.
Y que prometía ahora Pacheco. Pues bien, el 1 de octubre, en el Alcazar de Segovia y más concretamente en la iglesia mayor , reunidos el Marqués y el rey Enrique IV, acordaron la entrega del Alcázar de Segovia a la custodia de Don Juan Pacheco, quien nombró alcaide del mismo a Don Juan Daza, también acordaron que la Reina pasaría la custodia del Arzobispo de Sevilla en la fortaleza de Alahejos y el tesoro y las joyas reales se guardarían en el Alcázar de Madrid, siendo alcaide del mismo el desleal Perucho de Monjaraz. Todo ello por un plazo de seis meses tras los cuales todo sería restituido al monarca. Y estas extrañas capitulaciones ¿a cambio de que?. Pues el cronista omite esa información, lo cual es digno de tener en cuenta y nos hace pensar que lo ofrecido o pactado entre ambos no podía hacerse público. Enrique se retiró a Plasencia en espera de que se cumpliese lo prometido. Pero ¿que era lo prometido?. Tenga en cuenta el lector que estamos a finales de 1467. Isabel y Alfonso se encuentran juntos en Arévalo, ajenos a esta trama del marqués y disfrutando de un periodo de relativa tranquilidad junto a su enferma madre. Porqué este nuevo doble juego de Pacheco y a cambio de que es difícil de saber. Cierto es que, meses más tarde, la ciudad de Toledo que había sido leal a Alfonso misteriosamente se rebeló y se proclamó partidaria de Enrique y no menos cierto es que Pacheco no olvidaba la muerte de su hermano y culpaba al entorno de Isabel de la misma. Si ponemos en contexto todos estos hechos y los culminamos con la trágica muerte que meses después va a sorprender al Alfonso podemos tener una respuesta a la cuestión que nos planteamos. Lo acordado en la iglesia mayor de Segovia durante una conversación que duró varias horas bien podía ser el fin del conflicto sucesorio de la única forma posible que la desesperación y el agotamiento de Enrique podían concebir ya, la desaparición física del oponente. Ciertamente que esta drástica solución final no nos encaja con la personalidad de Enrique, que no olvidemos que era hermano de Alfonso por lo que cuesta creer que se hablara explícitamente de un asesinato, pero conociendo la habilidad de Pacheco no es difícil pensar que supo utilizar las palabras convenientes para enmascarar sus verdaderas intenciones. Y con Isabel, ¿Qué solución habría?. Otro asesinato resultaría demasiado evidente, así que un matrimonio que la alejara de la corte de Castilla parecía lo más conveniente. Y así aconteció, o mejor dicho así se intentó.
Pero volvamos a Isabel, ya he relatado que nada más liberarse Segovia, ese mismo día monta a caballo rumbo a Arévalo y allí va a permanecer varios meses junto a su madre y junto a su hermano. Lo sabemos bien por la celebración del cumpleaños de Alfonso el 15 de noviembre de 1467. El joven rey cumplía 14 años. Iba a ser su último cumpleaños. Nadie esperaba el desenlace que estaba a punto de acontecer y ajenos e inocentes a todo, Isabel preparó a su hermano el cumpleaños que un rey merecía. Para ello encargó al poeta Gómez Manrique unos versos que se recitarían en una escenificación teatral el día del cumpleaños de Alfonso, estas piezas teatrales se conocían como momos. En concreto en esa pieza teatral terminó con unos versos en los que la propia Isabel elogiaba a su hermano
Excelente rey doceno
De los Alfonsos llamado
En este año catorceno
Dios te quiera hacer tan bueno
Que excedas a los pasados
En los triunfos y las victorias
Y en grandeza temporal
Tu reinado sea tal
Que merezcas ambas glorias
La terrena y celestial
El otoño y el invierno van a transcurrir tranquilos para los dos hermanos en Arévalo. La aparente debilidad del rey marca un periodo de tranquilidad en Castilla, que sigue teniendo dos reyes, pero en los que no se producen hechos de armas relevantes. Era la calma que siempre precede a la tempestad. En los albores de la primavera Alfonso hace un generoso regalo a su hermana, la villa de Medina del Campo, mediante una donación que Isabel acepta de buen grado firmando en el documento “ Yo, la Infanta”, era el 14 de Marzo de 1468. Y mientras los dos jóvenes hermanos revivían su niñez en Arévalo junto a su madre, Pacheco preparaba en secreto junto a los partidarios de Enrique el fin de la cuestión castellana (digo en secreto puesto que formalmente Pacheco estaba junto a Carrillo, Alfonso e Isabel). Un hecho importante en este periodo es la intervención del Papa Paulo II. El sucesor de pedro envió dos cartas, una a cada bando, al rey Enrique le pedía fortaleza para aguantar los agravios de sus súbditos, así como Jesucristo padeció los de su propio pueblo. Más severo se mostró con los partidarios de Alfonso a los que advertía del riesgo de ser excomulgados puesto que a juicio del Santo Padre, solo Dios podía quitar y poner reyes y los rebeldes con su pretensión de querer derrocar al rey legítimo de Castilla no eran más que usurpadores del poder divino. Ante tan dura advertencia, el arzobispo Carrillo envió a Roma a dos hombres de su plena confianza, Pedro Fernández de Solís, abad de Párraces y al Comendador Fray Hernando de Arce, con el fin de apaciguar al Papa. El intento fue en vano. Se les prohibió durante varios días la entrada en Roma y se les advirtió que no se presentaran ante el Santo Padre como enviados del rey de Castilla pues tal condición Roma sólo se la reconocía a Enrique. Lo curioso viene a continuación. Tras unos días de tensa espera los enviados de Alfonso son recibidos por el Para quien no atiende las explicaciones de los representantes de Alfonso y les advierte
“ Yo les mando que tornen presto a la obediencia de su verdadero Señor, e rey natural, e que se guarden de seguir mas al Príncipe porque Dios lo llamará presto….”.
Si el Para era un visionario, o tenía información divina o humana sobre lo que unas semanas le iba a acontecer al joven Alfonso no lo sabemos, pero que su vaticinio por escrito se cumplió es un hecho innegable. Macabra predicción que dejó mudos a los emisarios de Alfonso que volvieron a Castilla.
Pero no menos extraña es la revelación del cronista Diego Enriquez, quien al narrar la muerte de Alfonso dice expresamente:
“ Pero fue cosa de grand maravilla, que tres días antes de que muriese, fue divulgada su muerte por todo el reyno…..”
Estos dos asombrosos hechos, han pasado inadvertidos para los historiadores y a mi modesto juicio no debería de haber sido así pues ambos son dos hechos, en primer lugar, innegables pues ambos constan por escrito y en segundo lugar ambos hechos nos demuestran el vaticinio por adelantado de la muerte del joven Alfonso. ¿Casualidad?. Podemos decir que la advertencia papal si pudiera haber sido fruto de la casualidad, pero que Alfonso enfermera y tres días antes de su muerte se comunicara ésta a todo el reino es un hecho que nos advierte de que la muerte de Alfonso era algo planeado.
Vayamos a los hechos. Ya hemos visto que Pacheco andaba con su tradicional doble juego entre ambos bandos. El cronista Alfonso de Palencia nos menciona una reunión en Peñaranda entre Pacheco, el Conde de Plasencia, el Conde de Alba de Liste y el Conde de Alba de Tormes en la que se protestó en nombre del Arzobispo de Toledo por estar llegándose a acuerdos en contra de los intereses del príncipe Alfonso. Según Palencia, “esta protesta rasgó la densa niebla en la que todo estaba envuelto e hizo que cada uno emprendiese su camino”. Que Alfonso estaba siendo objeto de una traición desde su propio bando era, ni mas ni menos, lo que nos quería contar el cronista. También nos cuenta el brote de peste que azotaba la comarca de Arévalo por aquel principio de año de 1468 y que era intención del marqués el prolongar de manera artificial la estancia en Arévalo buscando que Alfonso enfermara y conseguir una muerte natural del Príncipe. No perdamos detalle del relato del cronista:
“ Cuando vió que toda la corrupción del aire era impotente para dañar a Don Alfonso, recurrió a la acción más eficaz del veneno, porque ya, según luego se conoció, trabajaba para la causa de Don Enrique. Juzgo yo autor de este crimen al citado Maestre (Pacheco), así por los indicios de su vida anterior, como principalmente por lo que voy a referir. Salió de Arévalo el rey junto a su hermana el 30 de junio, y llegó antes de anochecer a la aldea de Cardeñosa, a dos leguas de Ávila Entre los demás platos, presentaronle una trucha empanada, manjar a que era muy aficionado. Comió el desgraciado joven gran parte y al punto se sintió acometido de sueño pesado y se fue a costar sin mediar palabra. A mediodía del día siguiente, aun no se había levantado, contra su costumbre y entonces los de su cámara se acercaron al lecho, le llamaron, tocaron su cuerpo y viendo que no respondía, prorrumpieron en grandes clamores. A los gritos respondieron el Arzobispo de Toledo, el maestre de Santiago y el obispo de Coria con la desdichada hermana del enfermo y como no contestaba a las preguntas que se le hacían registraron su cuerpo y sólo en el sobaco izquierdo hallaron alguna sensibilidad dolorosa, aunque la glándula no estaba hinchada. Llamóse inmediatamente al médico, que admirado de la pérdida del uso de la palabra recurrió a la sangría, pero no salió la sangre ya coagulada. Además el entorpecimiento de la lengua y lo negro de la boca señales eran de un virus diferente de la pestilencia, y ni por las picaduras de las agujas en piernas y brazos, ni por los continuos sacudimientos de quienes le rodeaban pudo conocerse el menor indicio de hallarse atacado de ella”.
Que Alfonso muriera de peste como sostiene la versión oficial de la Historia es sencillamente falso. La peste presenta unos síntomas evidentes, fiebre, vómitos, dolor de cabeza, nauseas. Ninguna de esta sintomatología se apreció en Alfonso. El cuadro médico que describe Palencia se asemeja más a una reacción del cuerpo a una neurotoxina. Que un joven de 14 años se acueste somnoliento y ya no despierte nos revela un envenenamiento que produjo que Alfonso estuviera varios días en coma antes de fallecer. La acusación del cronista Palencia al marqués de Villena es razonada, clara y directa y puesta en contexto con todos los indicios expuestos a lo largo de este capítulo nos llevan a la razonable conclusión que el joven Príncipe murió envenenado.
Era el 5 de Julio de 1468. Alfonso, príncipe o rey de Castilla según se quiera otorgar cualesquiera de las dos condiciones, moría siendo un niño. Un niño que había sido utilizado durante más de tres años por unos y otros y que había encontrado la muerte. Todos lloraron esa noche su muerte. Todos menos Juan Pacheco, que cenó abundantemente según no cuenta el propio Alfonso de Palencia. Quedaba así aparentemente resuelto de momento el conflicto castellano, pues pocos veían en Isabel una mujer capaz de tomar las riendas del conflicto sucesorio y continuar cuestionando la legitimidad de Enrique. ¿Se equivocaban?. En parte si………
Escrito en Aranjuez a 5 de Enero de 2025
Miguel Ángel Rodríguez Planas.
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